Edilberto Londoño Atehortúa, El Hombre de las Flores en San Pedro

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Edilberto Londoño Atehortúa lleva 46 años inmerso en el mundo de la floricultura. Su vida, su historia, y su destino están entrelazados con las flores que cultiva con pasión y dedicación. Desde que tenía apenas 11 años, su vida se forjó entre los aromas y colores que hoy llenan su puesto en el mercado de flores de San Pedro, un lugar que ha sido su hogar, su trabajo, y su refugio.

El camino de Edilberto comenzó cuando su madre, quien lo acompañaba desde niño al mercado, lo enseñó a amar las flores. «Mi mamá me traía a este lugar cuando era pequeño. Ella me mostró todo lo que se necesita para hacer crecer una flor y, aunque falleció cuando tenía solo 11 años, nunca dejó de estar presente en mi vida a través de este oficio», comenta con una voz cargada de nostalgia y gratitud. La muerte de su madre, en tiempos difíciles, no impidió que Edilberto siguiera adelante. Desde muy joven, supo que las flores serían su vida, a pesar de las dificultades del entorno.

En la década de los 80, Medellin vivió una época complicada, marcada por la violencia y la guerra de bandas. La situación social era tensa y peligrosa, pero para Edilberto, el negocio de las flores fue siempre un refugio. «Vivíamos en medio de la guerra, pero las flores siempre estuvieron ahí, creciendo con la esperanza de que la vida debía seguir. La gente venía a comprar flores antes de comprar comida, eso era lo importante», recuerda.

Las flores que Edilberto cultiva con tanto esmero, como los girasoles y las hergaras, han sido testigos de muchas historias de amor, de pérdidas y de reencuentros. «Las flores tienen algo especial, algo que va más allá de lo material. Te pueden decir lo que no puedes expresar con palabras», afirma. En su puesto de San Pedro, ha visto pasar a generaciones de compradores que, incluso en tiempos difíciles, no dejaban de llevarse un ramo de flores.

Uno de los logros más significativos en la carrera de Edilberto fue su victoria en la Feria de Flores de Silleteros, donde en 2011 se consagró como ganador. Además, ha obtenido tres primeros lugares, dos segundos puestos y varias clasificaciones, lo que refleja su talento y dedicación al arte de la floricultura. «Cada reconocimiento es el resultado de años de trabajo y amor por lo que hago. No es solo sobre los premios, es sobre la satisfacción de ver que lo que hago le da alegría a las personas», señala.

Cada 14 de febrero, en el Día de San Valentín, el trabajo de Edilberto cobra un significado aún más profundo. Aunque esta fecha es celebrada principalmente en Estados Unidos, en Colombia también es una ocasión muy especial. «En este día, las flores se convierten en el regalo perfecto. Son la representación más pura del amor y la pasión. Se compran más que la comida, porque lo que dicen las flores, es algo que va directo al corazón», reflexiona con una sonrisa.

Para Edilberto, las flores no son solo un medio de sustento económico, sino un mensaje de esperanza y amor. Por eso, invita a los jóvenes a cultivar el amor por este oficio, por los pequeños detalles y por el legado de quienes nos precedieron. «Las flores son un acto de amor. No solo por los seres queridos, sino por la vida misma. Y también son una forma de fortalecer la economía familiar. Este es un negocio que mantiene a muchas familias a flote, que ayuda a crecer a Medellín«, explica.

Su mensaje para los jóvenes es claro: «Cultiven el amor por las flores, por los pequeños gestos que a veces pasamos por alto. Nunca olviden a sus seres queridos, pues las tumbas están ahí para recordarnos lo importante que es el amor y la memoria», aconseja con profunda emoción.

El 14 de febrero, cuando todos se expresen su amor con flores, Edilberto será uno de los que, con su dedicación y experiencia, continuará entregando su corazón a través de cada flor que cultiva. Su invitación es abierta a todos: «Bienvenidos a Medellín y a la Feria de Flores, donde las flores cuentan historias y el amor florece en cada rincón.»

Así, entre girasoles, hergaras y recuerdos, Edilberto Londoño Atehortúa sigue siendo uno de los grandes guardianes de una tradición que, más allá de las flores, celebra la vida, el amor y la resistencia.

 Las calles de Santa Elena, con sus montañas que custodian la ciudad de Medellín, se llenan cada día con el aroma y los colores de las flores que Edilberto cultiva. Es un oficio que va más allá de un simple trabajo; para él, es un legado que ha trascendido generaciones y que sigue viva a pesar de los desafíos. En su puesto de San Pedro, y en la vereda donde creció, sigue siendo un referente de esfuerzo y dedicación para aquellos que, como él, han decidido que las flores sean su forma de vida.

«Los tiempos han cambiado mucho, pero la esencia de las flores sigue intacta», reflexiona Edilberto mientras organiza cuidadosamente sus ramos de flores. «Hoy en día tenemos nuevas variedades, nuevas técnicas de cultivo, pero la magia sigue siendo la misma. Las flores siguen hablando el mismo lenguaje universal: el del amor, la esperanza y la belleza», agrega.

En un mundo donde la tecnología y la rapidez han transformado muchos de los oficios tradicionales, el trabajo de los floricultores sigue siendo un acto de paciencia y dedicación. Edilberto lo sabe bien. En su puesto, no solo se venden flores, se venden historias: historias de amores perdidos, de reconciliaciones, de homenajes a seres queridos, pero también de vida cotidiana. «Cada ramo que vendo tiene un pedazo de mi corazón», asegura con sinceridad.

A lo largo de los años, Edilberto ha sido testigo de cómo la feria de flores se ha convertido en una de las celebraciones más representativas de Medellín. La Feria de las Flores no es solo una exposición de silleteros y de flores, es una muestra del alma de la ciudad, de su gente, de su resiliencia. Para Edilberto, cada evento, cada concurso, es una manera de conectar con otros floricultores, pero también de dar visibilidad a un sector que, aunque parece sencillo, está lleno de historia, tradición y sacrificio.

“Ganar la Feria de Flores en 2011 fue una experiencia única. No solo se trata de un premio, sino de sentir que el trabajo de toda una vida se ve reconocido. Es un honor representar a Santa Elena y a todos los floricultores que, como yo, llevamos esta tradición con orgullo», comenta. Para él, la floricultura no solo es una fuente de ingresos, sino una manera de mantener viva la cultura local, de proteger un legado que conecta a la gente con la tierra y con sus raíces.

Pero no solo las flores hablan de amor; también son una forma de expresión que, en tiempos de crisis, pueden ser un refugio emocional. Las flores, para muchos, son el primer paso hacia la reconciliación, el perdón o el simple acto de cariño que a veces se olvida en medio de la rutina. «He visto cómo las flores ayudan a sanar, a restaurar relaciones. Un ramo de flores puede ser el detalle que arregla una discusión o que da esperanza en tiempos difíciles», reflexiona Edilberto.

El mensaje que Edilberto tiene para las nuevas generaciones es claro: «No dejen que los pequeños detalles se pierdan. Cultiven el amor, la paciencia y la gratitud. Aprendan a ver la belleza en lo simple. Las flores nos enseñan eso: que la belleza está en cada rincón, en cada instante de la vida. Y nunca olviden a quienes ya no están, porque en las tumbas de nuestros seres queridos también florecen recuerdos y lecciones que no debemos dejar que se marchiten», concluye con emoción.

Santa Elena, Medellín, la Feria de Flores y, por supuesto, las flores de Edilberto seguirán siendo el testimonio de una vida dedicada al amor, al esfuerzo y a la tierra. Con el pasar de los años, las flores seguirán floreciendo, y con ellas, el legado de un hombre que ha hecho de su vida un jardín lleno de historias de amor, resistencia y esperanza.

Así, cada vez que un visitante o un medellinense compre un ramo de girasoles o hergaras, sabrán que, detrás de esas flores, hay una historia que ha crecido entre las montañas, ha pasado por la violencia, la guerra y la lucha, y ha encontrado, en cada pétalo, la fuerza para seguir adelante. Bienvenidos a Santa Elena, bienvenidos a la Feria de Flores, un lugar donde las flores no solo se venden, sino que también se viven.

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