Si algo está claro a estas alturas es que Cannes cambia destinos. El de Oliver Laxe está muy ligado al mayor certamen de cine del mundo. En 2010, tras presentar su primer largometraje, Todos vós sodes capitáns, en la Quincena de los Cineastas, se le vio en un bar de poca monta junto a la estación de tren de la ciudad, siguiendo un partido de fútbol con la prensa española, entre la que sobresalía, aún más que de costumbre, con sus casi dos metros de altura y su belleza mesiánica. Quince años después, tras haber llevado a las secciones paralelas Mimosas (2016) y O que arde (2019), Laxe se consagró este sábado como un referente del nuevo cine europeo al ganar el Premio del Jurado por Sirāt, la expresión más brillante y contundente de una filmografía contemplativa y radical, en la que conviven belleza y destrucción, silencio y ritual, lo humano y lo sagrado.
