A las citas de muy alto voltaje emocional hay que presentarse ya bien llorado de casa, puesto que en estas ocasiones verdaderamente señaladas ni el mismísimo Putin tendría posibilidad de fundirnos los plomos. Pero con Sabina es imposible agotar todas las lágrimas de antemano, así que alguna terminará por aflorar a lo largo de las dos horas de ese testamento escénico en que se ha convertido su Hola y adiós, la gira con la que, salvo tentación postrera en dirección contraria, ha decidido el de Úbeda apearse de las tablas.