Las guerras culturales, decía Ayn Rand, pueden parecernos incruentas, pero nadie en su sano juicio debe permitirse el lujo de perderlas. Los discípulos contemporáneos de Rand, que son muchos y muy ilustres, no pierden de vista la lección de la madre del objetivismo y el narcisismo fértil. Para ellos, cualquier oportunidad es buena cuando se trata de imponer tu agenda y captar nuevos prosélitos, ya sea el color de la piel de las princesas Disney, el sexo, la identidad de género o la tendencia sexual de los iconos de la gran pantalla o el óptimo nivel de bronceado que cabe exigirle a los testículos de un hombre de bien.