El filósofo Jaime Nubiola afirmaba como tesis central de su artículo Emancipación, magnanimidad y mujeres, que “[…] la clave de la efectiva emancipación de las mujeres se encuentra en la conquista personal de la magnanimidad, cifra máxima de la integridad y dignidad humanas. (https://revistas.unav.edu/index.php/anuario-filosofico/article/view/29882/26148). A veces se resalta una parte sin que esto suponga que se desconozca su integración con las demás en un todo.
Si la magnanimidad es la forma de liberarse que tienen hombres y mujeres, de las dependencias y subordinaciones, respecto a lo que se opone a su pleno desarrollo en cuanto personas, esta cualidad debería estar presente en todos los ámbitos de la cultura y la acción humanas.
La ética personal, familiar y social, apunta a tener, en todo, la grandeza de ánimo necesaria para lograr el crecimiento más armónico y diligente de cada ser humano en cuanto persona.
En este caso, el ánimo del magnánimo no es la mera tendencia o apetencia, sino una voluntad notoriamente más fuerte, que surge después de haber hecho el esfuerzo de enterarse bien de los seres y circunstancias comprometidos en un reto.
La persona magnánima hace el esfuerzo de indagar sistemáticamente las causas y pone los medios para saber gerenciarse y estimular una buena gestión por parte de los demás, respecto a los ánimos, tendencias, sensaciones, sentimientos y actitudes, para que ocupen su sitio preciso en la jerarquía de los bienes y su correspondiente conducta.
Pero la fuerza de la determinación que toma una persona en su corazón no es suficiente, hace falta que el bien que se proponga alcanzar sea el mejor y que aproveche honestamente todos los medios necesarios para lograrlo.
Las obras evidencian los recursos que se han invertido, determinan si se es o no, magnánimo: “Obras son amores y no buenas razones”: el amor no es solo obras, pero estas son su forma creíble de manifestarse y acrecentarse.
La persona magnánima sabe vivir la templanza, cualidad necesaria para que no se disperse de lo racionalmente bien sustentado, acerca de su mejor razón de ser y actuar.
Puede ser magnánimo el uso oportuno de algo simple pero necesario para avanzar hacia el mayor logro; suele decirse que un amor grande también se expresa en las cosas más pequeñas; en cambio, a la hora de plantearse la posibilidad de ser magnánimo, el “no hace falta” suele ser más propio de estar centrado en el deber, la productividad, el usufructo, el egoísmo o la indiferencia, en vez de dar prioridad a cada ser humano. El amor es sobreabundante, más perfeccionante que la equidad y la justicia.
La magnanimidad no tiene que ver necesariamente con lo difícil pero sí con lo previsiblemente alcanzable, y requiere usar lo mejor de las capacidades, entre las que sobresalen la inteligencia, con la que la persona se hace consciente, socializa lo que es y jerarquiza y orienta su desarrollo afectivo hacia lo que la identifique con el mayor bien.
La persona magnánima fortalece su voluntad usándola para elegir lo óptimo y ejecutar del mejor modo todos los medios necesarios con el fin de alcanzarlo, aprovechando también su dotación física compatible con ejercer y hacer realidad, lo que eligió de modo responsable y libre.
La magnanimidad requiere estudiar, identificar los medios necesarios, obtenerlos y aplicarlos, corregir oportunamente los errores propios y ajenos, confiar y saber esperar, con una fuerza y paciencia superiores a las dificultades que sea razonable asumir y cultivando relaciones interpersonales de justicia y solidaridad.
Para asumir a cabalidad los compromisos hay que ser magnánimo; así se puede lograr, por ejemplo, la mayor profesionalidad, requisito necesario para hacerse la mejor persona posible con ocasión del trabajo.
Uno de los principales actos de magnanimidad es perdonar de corazón, porque es reconocerse y aceptar que, quien ha obrado mal, en cuanto persona es un bien mayor que los efectos negativos del daño recibido.
Esto se complementa con procurar la sanción justa, necesaria para que quien se ha equivocado reciba de quien tiene la autoridad competente, la oportunidad de reflexionar sobre el daño que hizo, desagraviar y reparar del modo más completo posible, determinarse en lo hondo de su ser a no volver a cometer el error y empeñarse en facilitar que otros aprendan de la propia experiencia, evitando así que esa clase de daños se difunda.
La magnanimidad se nota en que no se huye de las dificultades que es necesario asumir para lograr lo mejor, sino que las no evitables se asumen razonablemente y se ponen todos los medios para superarlas.
De nada sirve esperar sin poner los medios para alcanzar lo que se desea; la persona magnánima confirma su decisión y mejor fuerza de ánimo, en la esperanza con la que ejecuta lo que hay que hacer hasta llegar a la meta.
La humildad consiste en negarse a la negación de la realidad sobre sí mismo -cuesta más si han sido mayores los errores- y es necesaria para acertar en la relación con los demás seres; de esta cualidad señala Carlos Cardona Pescador en Metafísica del bien y del mal que “[…] lejos de oponérsele, va de la mano con la magnanimidad”; reconociéndose con sus limitaciones, cada ser humano puede levantar el ánimo asertiva y fuertemente, hacia lo más grande que le es posible: enterarse de quién es, encontrar la tarea de su vida y realizarla del mejor modo, es el acto más magnánimo.
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