“Para mí, aquí está la verdad que nadie quiere admitir: Sang-woo y el jugador 333 no son villanos, son simplemente mejores jugadores”.
Por John Chica.
Señoras y señores, como lo pueden observar, el día de hoy hablaremos sobre la popular serie “El juego del calamar” de Netflix, una historia que podríamos denominar arquetípica e iniciática, toda vez que sus personajes cumplen patrones o estereotipos marcados, y algunos de ellos realizan el viaje del héroe (o del villano).
Un elemento llamativo de la serie es que los dos principales “villanos” provienen del mercado de capitales.
En la primera temporada Sang-woo, o jugador 218, estudió en la Universidad Nacional de Seúl y se convirtió en un exitoso banquero de inversiones. Sin embargo, tras el fracaso de sus inversiones, se endeudó considerablemente, y terminó con una orden de arresto por varios delitos financieros.
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En la segunda y tercera temporada, Myung-gi, o jugador 333, es un “youtuber” de criptomonedas acusado de violación a leyes financieras y de telecomunicaciones, de quien sus seguidores dicen haber sido estafados por sus consejos de inversión.
Alerta de spoiler. Ambos logran evolucionar durante los juegos y, contra el pronóstico de la mayoría, se convierten en finalistas luego de ejecutar estrategias discutibles y tal vez inmorales.
La pregunta que quiero plantear, para quienes han visto la serie, es bastante incómoda. ¿Son realmente villanos o son simples genios?
Para mí, aquí está la verdad que nadie quiere admitir: Sang-woo y el jugador 333 no son villanos, son simplemente mejores jugadores. Y la razón es absurdamente simple: sus cerebros financieros están entrenados para exactamente este tipo de situaciones.
¿Por qué un financiero domina un juego mortal? Piénsenlo: ¿qué hace un financiero todo el día? Analiza probabilidades bajo presión extrema, toma decisiones con información incompleta, y gestiona riesgos donde un error puede costar millones. ¿Les suena familiar? Es exactamente lo que requieren las pruebas en el juego del calamar.
Por ejemplo, Sang-woo no traicionó a Ali por maldad; aplicó análisis de supervivencia. ¿Qué era más valioso, conservar la vida o ser leal con Ali? El jugador 333 no me parece un simple y cruel manipulador; es más un estratega que utiliza teoría de juegos como lo haría en una mesa de trading. Ambos ven patrones donde otros ven caos.
Algunas de sus habilidades los hacen percibir como “villanos”. Con pensamiento probabilístico calculan posibilidades de supervivencia en tiempo real. Usan gestión emocional, suprimen sentimientos para tomar decisiones óptimas. Analizan el riesgo: identifican amenazas y oportunidades instantáneamente. Tienen pensamiento estratégico: planifican varios movimientos adelante. Actúan con frialdad bajo presión: mantienen la racionalidad cuando otros colapsan.
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La ironía es brutal: estas mismas habilidades que los hacen parecer malos en pantalla son las que, en la vida real, salvan más vidas de las que jamás podrían matar. Los financieros canalizan capital hacia hospitales, financian investigación médica y gestionan fondos de pensiones que mantienen a millones de familias. Su “frialdad calculadora” protege los ahorros de toda una vida. No serán hermanitas de la caridad, pero generalmente sus decisiones persiguen rentabilidad para otras personas, clientes, inversionistas, aliados, familiares (incluida la bebé 222), y obvio, para ellos mismos.
La verdad incómoda es que no son villanos; son sobrevivientes profesionales jugando el juego para el que fueron entrenados. Y los odiamos precisamente porque son demasiado buenos en ello. Ustedes pueden ver la serie varias veces y contar las ocasiones en que cada uno de ellos salvó a los personajes principales. Por supuesto, también los traicionaron reiteradamente, pero, seamos francos, en una situación como esa, el instinto nos haría luchar con nuestras mejores armas, en el caso de 218 y 333, la inteligencia.
Por otro lado, los jugadores que no eran financieros eran ludópatas consagrados. ¿Habrá correlación? Tal vez lo analicemos en otra columna.