Por Valentina Petro Carmona.
“No más vidas perdidas en el camino de cuidar
Hoy lamentamos profundamente la partida de X, auxiliar de enfermería, recordado por su calidez humana, su vocación de servicio y la sonrisa amable con la que entregaba cuidado y esperanza a quienes lo rodeaban.
Su partida nos duele como gremio y nos confronta como sociedad.
En menos de una semana, tres jóvenes del sector salud —estudiantes, enfermeros, soñadores— nos han recordado, con su silencio, lo que no hemos querido escuchar: el agotamiento, la presión y la deshumanización también matan”.
Fundación Médicos Amigos
Hace un par de semanas, mientras revisaba mis redes sociales me enteré de la muerte de un amigo, de un compañero, de un colega. Leí una publicación como aquellas que abundan en las redes; datos y noticias de cosas que pasan diariamente, pero que rara vez te tocan de cerca; esta vez no era algo lamentable y lejano, era algo lamentablemente cercano, estaba leyendo una noticia de la muerte de un Amigo, de mi amigo. Su muerte me sacudió y no solo por la tristeza que me acogió, sino por todo lo que ahora representa.
Aún dicen que los hombres no lloran, que los hombres aguantan, que están hechos para resistir. Eso es mentiras, siempre lo he sabido, pero apenas lo verbalicé hace un par de semanas. Desde pequeños a los hombres se les enseña a no llorar, a no hablar de lo que sienten, a reprimir y a fingir; se les obliga a convertir la vulnerabilidad en silencio, se les exige fortaleza como prueba de masculinidad, se les enseña a andar con la tristeza doblada en el bolsillo, se les impone la idea de callar, de solucionar y de ignorar. Hay datos significativos en la actualidad que responden a lo anterior: los hombres se suicidan más que las mujeres, no porque sufran más o menos, sino porque callan más, se enfrentan a la soledad emocional en un sistema que les ha prohibido sentir.
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Quise repensar la idea de fortaleza y hoy quiero compartirla con ustedes; para mí, la fuerza no es el exceso de silencio, no es la capacidad de ignorar lo que nos pasa y lo que sentimos, pero sí está en lo que hacemos con lo que nos pasa, la capacidad de romper en llanto si es necesario, en quebrarnos cada tanto, en sentir y pedir ayuda sin vergüenza; es ahora tan necesario recordar que todos tenemos derecho a sentir cansancio, a pedir un abrazo, hablar, llorar y sobre todo no olvidar que la salud mental importa.
No sé cómo se apoya de forma correcta, tal vez escuchando más y opinando menos, quizás preguntando si el otro está bien y acompañar su respuesta, a lo mejor hablando de que la salud mental también es salud y que ningún uniforme, cargo, género u ocasión te protege de la tristeza; cuidar de otros no puede ser sinónimo de olvidarse de uno mismo, todos necesitamos espacios de escucha y cuidado.
Hoy pienso en mi amigo, en todo lo que dio y lo poco que pidió, me repito que cuidar también es cuidarse, en la valentía que requiere sentir y no culparse por ello. Hoy él no está aquí, pero me dejó una gran certeza: todos necesitamos ser cuidados, incluso los que cuidan; sobre todo los que cuidan.










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