La máquina paletera que tiene volando a una empresa familiar en Medellín

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Lo primero que se ve al llegar a la casa de los González en Aranjuez es un cajón reluciente con botones electrónicos, y aunque parece simple y no tan simpático de sopetón, esa mole de acero inoxidable es el motivo de que hoy por hoy la familia esté desbordada de optimismo.

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Se trata de una moderna máquina para hacer paletas. Esta no solo es una especie de símbolo de triunfo, pues representa una batalla jurídica que libraron para que el Estado les reconociera sus derechos como víctimas de despojo, sino que ha logrado multiplicar exponencialmente la producción de su emprendimiento económico.

Los jefes de la casa son Fabiola Oviedo y Eduardo González, ambos desplazados en 1997 por paramilitares de la tierra fértil que les había asignado el Incora de la época (hoy Agencia Nacional de Tierras) en la vereda Mata’e’maíz, en su natal Tierralta (Córdoba).

Se habían endeudado hasta los tuétanos para comprar nueve novillas preñadas y dos caballos, y ya el hato había crecido hasta 16 animales, pero una tarde llegaron y simplemente se llevaron todo, con el cuento de que ese ganado no les pertenecía a ellos.

La familia se instaló inicialmente en el pueblo y trató de retornar, pero la finca de 14 hectáreas en la que germinaba cualquier cosa que se plantara la había ocupado alguien, sin que hubiera forma de reclamar porque el banco también había rematado el predio. Además, hubo amenazas que decían que mejor no hicieran nada y la conclusión fue que debían irse para preservar sus vidas.

Así llegaron a Medellín siguiendo la invitación de Óscar, de tres hijos el de la mitad, quien había pagado servicio militar y laboraba en la ciudad como guarda de seguridad.

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¿Qué si les hace falta de lo que dejaron en su tierra? Doña Fabiola dice de manera pragmática que “simplemente uno se acostumbra a vivir como toca, se tiene que adaptar. Gracias a Dios, el Señor nos hizo con ese entendimiento de dejar las cosas y seguir adelante”.

Tras la desmovilización de los ‘paras’ hacia 2012, Eduardo acudió a los tribunales de Justicia y Paz para reclamar reparación. En agosto de 2018 salió una sentencia a su favor que le ofrecía tres opciones: volver a la finca, que le dieran un lote en otra parte o que lo compensaran con un predio urbano.

No tuvo que pensar mucho para elegir el tercer camino, debido a que aún no había condiciones de seguridad para retornar, aunque después su opción le pasó cuenta de cobro, pues si bien parte de la restitución incluía un apoyo económico para un proyecto productivo que les diera un sustento, este solo era aplicable a iniciativas de tipo rural. Reclamó y los jueces le dieron la razón, de manera que se convirtió desde el año pasado para la Unidad de Restitución de Tierras (URT) en pionero en proyectos de restitución urbana en Antioquia.

Para entonces, el proyecto de Eduardo ya había nacido de una genialidad de su nieta Ariana. Un día la niña de 6 añitos le dijo: “Papito, por qué no haces paletas para vender?”. Así fue como, con su hijo Óscar –el papá de ella–, buscó recetas en internet y puso una venta de cremas en la casa.

Hicieron cursos de manipulación de alimentos y empezaron a montar en serio lo que hoy es Congelarte, la fábrica de helados de los González que funciona en un rinconcito del nororiente de Medellín.

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El inicio, entre marzo y abril de 2022, fue con las tradicionales cremas caseras hechas en vasitos de forma semicilíndrica y endurecidas en el pequeño congelador de la nevera casera; pero las ventas aumentaron, compraron un congelador industrial, lo instalaron en el espacio que desde entonces dejó de ser sala, y le dieron a su producto la forma de paletas largas y planas.

En esas estaban a inicios del año pasado, cuando el juez dio la orden a su favor y acordaron con la URT que como el proyecto productivo suyo estaba caminando ya, lo que necesitaban era un fortalecimiento. Si bien el subsidio salió a nombre del papá, que hoy cuenta con 70 calendarios, en razón de que este no tiene la misma energía de antes, Óscar (41 años) quedó a cargo.

La espera por los papeleos fue larga, hasta hace como mes y medio, cuando llegó de Bogotá el montaje que está catapultando la compañía. La paletera, ese cajón de metal, en realidad tiene una tecnología “de punta” en cuanto a helados se refiere. Una especie de piscina interna que en vez de agua contiene alcohol al 96% hace que la temperatura baje a -20 °C y permite que las paletas se congelen en 10 o 15 minutos, cuando en el congelador convencional se demoraban de 8 a 10 horas. La salvedad son las más cremosas porque llevan leche y toman un poco más de tiempo.

La plata del aporte alcanzó así mismo para un congelador de 450 litros de capacidad, un mesón de acero inoxidable para limpiar las frutas, una licuadora de 20 litros, un horno industrial para pasteurizar las mezclas, e insumos.

Las paletas van en moldes –también de acero inoxidable– que encajan dentro de la heladera; caben 96 unidades por tanda. Eso quiere decir que en un día pueden fabricar hasta 3.000, mientras que antes podían hacer máximo 200.

Esto les ha permitido a los González pasar de cinco sabores iniciales (mango biche, maracu-mango, fresa-naranja, oreo y arequipe) a más de diez, junto con los de ron con pasas, café, frutos rojos, vainilla, chicle y tres leches.

Además, ha favorecido que esas delicias queden más duras y por tanto demoren más en fundirse cuando se sacan del ambiente gélido. Es decir que adicionalmente, con el nuevo “juguete”, hay menos averías. La distribución se hace al por mayor para varios clientes del centro de Medellín y Envigado.

La rutina consiste en que un día preparan un jugo concentrado; este se deja refrigerando por la noche para que coja mejor el sabor y al día siguiente entra a congelación. El tercer día es para la distribución y el ciclo se repite.

Queremos vender la idea de que hacemos un producto de calidad y sin conservantes, porque mucha gente dice no, pero es que una paleta en $2.000 está muy cara para venderla, entonces uno les explica que hay que tener en cuenta el tamaño y la calidad. Mientras las otras en el mercado son de 70 a 90 gramos, estas son de 120”, dice Óscar.

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El miércoles en que EL COLOMBIANO visitó la empresa, los tres empleados de la planta estaban procesando 10 litros de 5 sabores con leche porque dos días antes habían hecho las paletas de agua.

En los planes está desarrollar paletas para públicos especiales como perros y deportistas y una con un edulcorante inocuo para que la pueda consumir sin problema alguien que sufra de diabetes.

Óscar, que siempre ha tenido aspiraciones de hacer algo grande y original, dice: “Uno tiene la opción de que crezca la empresa y que muy pronto estemos diciendo, ve, yo empecé con un negocito que me dio la URT y hoy somos una empresa consolidada”.

Con todo esto, la planta de personal poco a poco se va ampliando. Ya no solo trabajan Óscar y doña Fabiola, su mamá (65 años) —que ya no soportaba el dolor en las manos de tanto usar su máquina de coser para confeccionar por encargo— sino que desde hace poco más de un mes, con la llegada de la máquina estrella, se incorporó Jader, el hermano menor (37 años), quien se rebuscaba manejando bus. La idea es que pronto lo haga además Eduardo, el mayor (45 años), quien conduce taxi.

El otro paso es formalizarse como empresa y reconocerles todas las garantías de ley a los trabajadores actuales para luego generar más empleo y conquistar más mercados.

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