
Para la comunidad de exiliados nicaragüenses en Costa Rica, la desconfianza con los extraños es una forma natural de cuidarse entre ellos. Un intermediario debe llevar a otro y, así, poco a poco, se logra entrar en su círculo. “Si no me hubieran escrito antes, yo probablemente no hubiera contestado nada”, afirma una de las fuentes anónimas consultadas. El temor a dar el nombre también cruzó la frontera. Quienes llegaron a suelo costarricense huyendo del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo saben que “la mano larga de la dictadura” —una frase que se repitió al menos tres veces en conversaciones diferentes— los persigue en el país que les ha dado refugio.

