El tráfico es infernal y el sol cae a plomo en la carretera. El ruido del escape de los camiones, su humo, el humo de todos, elimina cualquier esperanza de vida más allá de los próximos 100 metros. Guadalajara ni se adivina en el horizonte. Entonces, el teléfono suena. ¿Sí, bueno? “Oiga”... ¿Quién es? “Ah, soy la persona con la que habló antes, de ahí de”... Ah, la persona, el señor que no tiene nombre, ni cara, ni tampoco alegría. “Mire, le quiero pedir que no ponga nada de…” El señor sigue y pide la omisión de varios detalles del relato que contó antes, en Teuchitlán, en su casa. Por su seguridad, la de sus hijos, su esposa, sus sobrinos.