Este calor que abrasa, resucita demonios, otorga odiosa relevancia nocturna a un asaltante intolerable llamado insomnio, me hace entender aquella barbaridad surrealista que relataba el gran Albert Camus al principio de su novela El extranjero: “Maté en una playa de Orán a un hombre al que no conocía porque hacía calor”. Pobrecitos los locos, los viejos, los depresivos crónicos, los pobres, cuando el sol empieza a aullar y el frío y las nieves de antaño desertan hasta el invierno. ¿Y cómo entretiene ese angustioso tiempo la tercera edad, la que ni sabe, ni puede ni quiere estar drogada todo el puto día con las redes sociales y el totalitario universo de internet, ese mundo obligatorio que han impuesto los monstruos para andar por la vida, para no parece o ser un marciano, para no sufrir la intemperie y el abandonamiento absolutos?
Cuando las series fueron un arte
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