“Yo soy el bombero que estuvo en el incendio del Túnel de la Quiebra”

hace 1 mes 12

A las 9:30 de la noche del domingo 5 de marzo de 1972, los bomberos de Medellín que estaban de turno en la Estación Libertadores fueron alertados de un incendio que se desató en un tren de carga que se quedó varado en el Túnel de la Quiebra.

Sin tener certeza de cuántas personas estaban atrapadas, una tripulación compuesta por cinco socorristas y un conductor salieron en una máquina contra incendios abastecida con más de 750 galones de agua hacia la estación Santiago del ferrocarril, ubicada a más de 60 kilómetros.

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Agarrados de los costados, esquivando carros y sorteando curvas, los socorristas desembarcaron en la boca del túnel hacia las 11:30 de la noche, topándose no solo con una espesa columna de humo que salía expulsada desde de las profundidades de la montaña, sino con un calor semejante al de un horno de fundición, que fruncía el dril de sus uniformes si se acercaban.

Poco después de que se regara la noticia de la tragedia, al municipio de Santo Domingo llegaron periodistas de todos lados a cubrir la emergencia, entre ellos un equipo periodístico de EL COLOMBIANO integrado por el redactor Nel Córdoba y el fotógrafo Hernando Velásquez, Hervásquez, quien a la mañana siguiente captó la histórica imagen en la que logra verse a un bombero rescatando a dos niñas asfixiadas por la humareda y que fue publicada en primera página.

Aquel bombero era don Germán Cadavid, quien con 80 años vive en el barrio Santa Mónica de Medellín y recuerda esa emergencia cómo una de las más angustiantes y agotadoras durante sus tres décadas de carrera en el Cuerpo de Bomberos de Medellín.

Aunque la autorización para salir para hacia La Quiebra tardó casi una hora en sortear un laberinto de burocracia, al llegar al sitio del desastre, y en medio de la oscuridad de la medianoche, los socorristas se dieron cuenta que sofocar ese infierno desbordaba con creces sus capacidades.

“Cuando llegamos al túnel era imposible. Apuntábamos las mangueras a la boca del túnel tratando de enfriarla y era imposible. El agua la poníamos y ahí mismo se evaporaba de la temperatura tan horrible. Dijimos: ‘Que Dios nos ayude, no sabemos en qué forma, a pensar qué vamos a hacer y cómo’”, reconstruye Cadavid.

El chicharrón de apagar el incendio, o siquiera pensar en meterse al túnel para sacar a alguna de las víctimas, se explicaba por varios factores.

El más evidente era la alta temperatura del lugar, que impedía el acceso de cualquier persona o aparato. El segundo era la falta de oxígeno y la concentración de gases tóxicos, que por algunos minutos cedía gracias a la acción del viento.

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Sin embargo, advierte Cadavid, así la máquina hubiera podido meterse en la candela y apuntar directamente el chorro de la manguera a las brasas, tampoco se habría apaciguado la conflagración, ya que las cerca de 80 pacas de algodón que iban en el convoy de 24 vagones no se habrían apagado solamente con agua.

Por la constitución del material, el bombero explica que pudieron haber vaciado todo el camión y las llamas habrían seguido, ya que al agua le cuesta penetrar en el algodón cuando este está encendido.

Desde el primer día de la emergencia, una de las ideas que se barajaron para rescatar el convoy fue la de engancharlo con otras locomotoras y remolcarlo hacia afuera, para que ya en campo abierto los socorristas tuvieran mayor margen de maniobra.

En uno de esos intentos, una locomotora se metió al túnel, pero por culpa de la falta de oxígeno se apagó y se quedó atrapada tal como ocurrió con las accidentadas.

A sus 28 años, y con poco más de tres de experiencia en el cuerpo de bomberos, Germán haría uno de los rescates más riesgosos de toda su carrera y en el que no se explica cómo logró salir con vida.

“El encargado de la tripulación mandó un bombero a la máquina y le dijo que le llevara una máscara de oxígeno. Pasaron varios minutos y el bombero no aparecía. Me dijo el oficial, que era Hernando Serna: ‘Cadavid, andá asomate a ver si aquel muchacho si trae la máscara’. Estaba sentado en la plataforma de la máquina, llorando. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que no era capaz de entrar, que pensaba en su esposa y su hija, que no podía dejar solas”, recuerda.

Al verlo petrificado, Germán agarró la máscara de oxígeno, se la llevó a su teniente, le explicó la situación y quedó entonces encargado de meterse al túnel para rescatar a los tripulantes que se habían quedado atrapados. Penetrando en la oscuridad y en el calor, llegó hasta el punto del incendio.

“Yo sentí que en la cabeza de la máquina alguien pedía auxilio. Dije: ‘¿Quién vive?’, y me respondieron: ‘¡Yo, el maquinista!’”, reconstruye, señalando que ayudó a bajarse del aparato al asfixiado conductor.

Durante los instantes en los que tuvo que adentrarse hasta el punto rojo, como se le conoce al sitio donde se quedaron las locomotoras, Cadavid coincide en las descripciones del tren incinerado, señalando que se veía como un arco rojizo, del color del hierro cuando está siendo fundido.

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“Por el afán cometí el error de no revisar la cantidad de oxígeno que tenía el cilindro y solo tenía para 20 minutos. Pensé que solo tenía una opción, aguantar a pulmón lo que más pudiera, ponerle la máscara al maquinista y una vez por minuto compatirla con él. Así fuimos del punto rojo hasta la boca del túnel y salimos. Apenas llegamos, yo recuerdo que caí ahí mismo. El teniente Serna me tuvo que dar respiración artificial, porque me fui. Yo estoy vivo porque mi Dios es muy grande”, sostiene.

A raíz del estado constante de alerta, los bomberos que salieron desde Medellín desde la noche en la que comenzó el incendio pasarían más de una semana trabajando sin descanso en La Quiebra, con sus ojos irritados y quedándose dormidos en los corredores de la estación Santiago cuando el trajín diario les daba algunos minutos de sosiego.

Incluso cuando la atención del desastre ya se estaba terminando, y el convoy calcinado empezó a ser sacado de la montaña, el rescate de los cuerpos de las víctimas también probaría el temple de los socorristas.

Así lo explica Germán, aludiendo al rescate de los restos del maquinista Guillermo Hernán Torres Chica, cuya familia se percató de que su cadáver estaba incompleto luego de ser extraído del túnel.

“Uno de los fallecidos no tenía cabeza. Yo entré al túnel a buscarlo. El túnel tiene entre los laterales dos canaletas por donde corre el agua, para mantenerlo oxigenado. Llegué hasta el punto donde quedó la máquina parada y, no sé por qué, Dios me iluminó y caminé como una cuadra más o menos y vi como una luz. Era la linterna de uno de los tripulantes del tren. Fui a sacar la linterna del agua y me encontré con el cabello de la cabeza. Me asusté, la solté y me puse a llorar”, recuerda.

“Saqué la linterna y me devolví. Le dije al teniente que ya había encontrado la cabeza en la canaleta por donde corría el agua. Llamaron a los familiares y les pidieron no enterrarlo todavía. Alguien por allá dijo que la metiéramos en cal. Nos dieron un bulto de 25 kilos, sacamos la cabeza y ahí mismo la enviamos a Caldas”, añade, señalando que con los restos completos la familia ya pudo darle cristiana sepultura.

Cadavid deduce que probablemente cuando la tripulación del tren ya estaba dentro del túnel y vio el resplandor de las brasas de algodón el maquinista habría sacado la cabeza para mirar hacia atrás. Como las paredes del lugar tienen unas piedras que sobresalen, al golpear contra una de ellas probablemente se habría producido la decapitación, causándole la muerte incluso antes de que las llamas se extendieran por el tren.

Si bien Germán no se aventura a entrar en conjeturas, aquel accidente también pondría sobre la mesa otra hipótesis que explicaría el pánico en el que entró el tripulante que paró el tren durante la emergencia, en una maniobra que selló la suerte de todos para siempre.

Capítulo aparte también merece la historia de las dos niñas que Germán rescató en medio de una confusa evacuación de viviendas cercanas a la boca del túnel que daba a la estación de Santiago y que fue captada por Hervásquez en las fotos que publicó EL COLOMBIANO en su edición del martes 7 de marzo de 1972.

Además de impedir la entrada al túnel, el espeso humo que expulsaron las pacas de algodón incendiadas también causó estragos en varias casas circundantes.

“El humo no salía derecho, sino que al llegar a la boca del túnel hacía un giro raro, cogiendo para arriba. Esa zona estaba llena de sembrados de caña y allí estaba la residencia en la que estaban estas niñas. Ellas no vivían allá, sino que le estaban haciendo la visita a su abuela”, precisa.

A pesar de que la boca del túnel estaba llena de personas desde la noche anterior, en la vivienda de las niñas al parecer no se habrían percatado de la dimensión del siniestro y por eso se vieron sorprendidas cuando el humo irrumpió por sus ventanas.

A una de las niñas la encontré en la cocina y la otra en una habitación. La señora también estaba en la cocina y la rescatamos cuando llegaron refuerzos”, reconstruye.

Según lo registró este medio de comunicación al día siguiente, por lo menos unas 15 familias tuvieron que ser evacuadas de sus casas ante el riesgo de asfixiarse por los gases y el humo emanados de La Quiebra.

Además de las evacuaciones, el caprichoso comportamiento del viento les causó más dolores de cabeza a los bomberos, ya que en la atención de la emergencia se dieron cuenta de que la oportunidad de entrar en el túnel se producía cuando las corrientes de aire se desplazaban de una boca a otra. Entonces, como si se tratara de un juego del gato y el ratón, cuando el viento soplaba desde Santiago hacia El Limón, intentaban ingresar desde la estación Santiago. Pero si el aire cambiaba su curso y el soplo era desde El Limón hacia Santiago, se metían monte adentro, daban la vuelta e intentaban ingresar desde El Limón para enfriar el sitio. En medio de esos ires y venires toda la tripulación quedó con sus piernas agotadas.

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Por cuestión de puro azar, y más de medio siglo después de la emergencia, Germán pudo conocer que las dos niñas que rescató en 1972 y que aparece cargando en la foto de Hervásquez siguen vivas y tienen hijos y familia.

Hace poco más de dos meses, una sobrina de su esposa viajó en compañía de su marido a un viaje turístico al corregimiento de Santiago, en donde conocer la historia del túnel y atravesarlo se ha convertido en uno de los principales atractivos.

En medio de la visita, y luego de abordar la hazaña que la construcción de esa estructura representó para la ingeniería antioqueña en la década de 1920, una de las guías empezó a hablar del incendio ocurrido en 1972 y las fotos que se conocían del mismo.

El esposo de la sobrina de Cadavid metió la cucharada y levantando la mano con sorpresa le dijo a la guía que conocía al bombero que salía en las imágenes. Así fue como la familia Cadavid terminó cruzando teléfonos con las guías y Germán se dio cuenta de que una de las niñas reside en Bogotá y tiene cuatro hijos, y la otra vive en Bello y tiene uno.

Hace un par de semanas, Germán fue invitado a un recorrido nuevamente por el túnel, en el que revivió la emergencia y pudo conocer a una de las tías de las dos niñas, que vive todavía en el corregimiento de Santiago.

A sus 80 años, Cadavid está convencido de que fue un milagro de Dios que toda la tripulación que salió de Medellín para atender la emergencia pudiera regresar con vida nueve días después.

“La tripulación éramos Fernán Lucerna, Ovidio González, Conrado Pérez, Jaime Pérez y Guillermo Betancur, que era el maquinista de la máquina de bomberos”, enumera. Tres de ellos ya han fallecido por la edad.

Cadavid señala que durante su paso por los bomberos, pocas emergencias le han movido las fibras internas de la misma forma como lo hizo el incendio en La Quiebra.

Eso considerando que entre 1968 y 1995, año en el que se jubiló, otros desastres que tuvo que enfrentar fueron el derrumbe que sepultó al barrio Villatina en septiembre de 1987, las múltiples bombas sembradas por el Cartel de Medellín, accidentes de buses y rescates subacuáticos, entre muchos otros.

Además, en un departamento en el que muchos municipios no tenían ni siquiera un grupo de brigadistas, Cadavid estuvo también al frente como integrante del Cuerpo de Bomberos en la atención de casos lejanos.

A veces los lugares estaban tan apartados que, sin importar la velocidad del camión y el desgaste de soportar horas enteras aferrados a los costados del mismo, los bomberos llegaban cuando el fuego ya había arrasado con todo y les tocaba dar la vuelta de inmediato hacia Medellín para esquivar turbas que les reclamaban por su demora.

El incendio en La Quiebra finalmente pudo ser controlado luego de que los bomberos de Medellín se las ingeniaran para subir su máquina contra incendios en una plataforma de tren, en la que aprovechando los chances que les daba el viento se metían en el túnel para disparar agua y bajar la temperatura.

Con el paso de los días, pudieron sacar las plataformas incineradas y rescatar los cuerpos de los cuatro fallecidos, que además del maquinista Torres, también incluyeron a los operadores José Jaime Orozco y Hernando Raigosa Acosta, y el frenero Octavio de Jesús Parra Foronda.

Cadavid cuenta que tras conocer a la familia de las niñas que rescató, ahora quiere verlas en persona y saber qué fue de sus vidas luego de salir ilesas de un desastre que sigue fresco en su memoria 52 años después.

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