Termales, el corregimiento de Nuquí a donde la gente va a ver tortugas y ballenas, teme desaparecer

hace 1 mes 15

Lo que el mar trae, el mar se lo lleva. Esa máxima de los viejos de Nuquí, repetida por Elizabeth Moreno, refleja la causa de la tragedia que están padeciendo los habitantes de uno de los pueblos más turísticos de Chocó.

A esa población y específicamente al corregimiento Termales, epicentro de la calamidad que actualmente se vive, llegan miles de visitantes que después de apreciar las tortugas que llegan a desovar o el espectáculo de ver nadar las ballenas gigantes, deciden echarse un chapuzón aprovechando la tibieza de las aguas termales.

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Normalmente es un remanso de paz, pero el mar viene erosionando el terreno. Ya se ha llevado tres casas y amenaza con volver ruinas el templo católico, el jardín infantil donde atienden a los niños más pequeños del poblado y ocho viviendas más.

Laura Gómez, administradora del hotel La Kuka, cuenta que el río Termales, como casi todos los afluentes de esta zona, desemboca en el océano Pacífico y “no era ni grande ni problemático, pero cuando se junta la que en otros contextos llaman “tormenta perfecta”, que acá está lejos de ser una metáfora, en noches de luna llena, lluviosas y con mareas altas, el mar es el que termina aportándole más agua al río y provoca crecientes inusuales.

Eso es lo que está pasando desde hace unos tres meses. Primero se llevó un bar y hace una semana, con otro aguacero monumental de los que suelen caer por acá, arrastró otras dos viviendas.

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Lejos de amainar, el problema se acrecienta, según advierten los habitantes que en la tarde de este lunes, 26 de agosto, temían que, aunque en el día hizo sol, las últimas cinco noches han estado pasadas por agua y si llega a haber otro diluvio esta noche, es inminente que al amanecer del martes ya no haya iglesia, pues los cimientos lucen carcomidos.

Por eso, varias personas removieron lo que pudieron del techo, con la idea de que si se desploma la edificación no le haga daño a nadie. La misma actitud tuvieron la mamá y la hija de Elizabeth Moreno, quien trabaja en la Kuka, y desalojaron desde el domingo en prevención de una catástrofe, pues en la noche del sábado había sucumbido la vivienda de un vecino. “De la noche a la mañana llegó una ola y se llevo todo, gracias a Dios no mató a nadie”, apunta Elizabeth.

No es que la gente se haya quedado inerme esperando a que simplemente la desgracia los toque. Laura cuenta también que cuando comenzó a avanzar la erosión la comunidad hizo convites para levantar un muro de contención a punta de costales llenos de material, en procura de evitar el avance del mar, pero de poco ha servido porque la fuerza de las olas es tal que ha arrastrado los bultos como si en vez de piedras tuvieran algodón por dentro.

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De hecho, cuando todo empezó, la iglesia estaba aproximadamente a una cuadra del sitio donde inicia el mar, pero el agua fue socavando los cimientos y hace tres días arrancó un pedazo enorme.

Igualmente, el alcalde de Nuquí, Rubén Prado, tocó las puertas del Gobierno nacional y entre el 3 y el 5 de junio, según informó en un video desesperado que grabó con la esperanza de que tenga eco en Bogotá, fue una comisión de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd) a revisar y en una reunión con la comunidad habrían prometido soluciones, pero el mandatario local se queja de que hasta ahora todo se ha quedado en palabras.

“Son excusas tras excusas, que tenía que mandar la gobernación un documento amparado en el decreto de declaratoria de calamidad del departamento solicitando maquinaria amarilla y un mes después dicen que no es la Gobernación, sino el Municipio; lo enviamos y hoy nos dicen que no han conseguido oferentes para contratar el servicio que se necesita”, apunta.

A la vez, le hace un llamado al Gobierno apelando a que esta región le puso muchos votos para su elección, haciendo esfuerzos innombrables para conseguir el transporte de los votantes desde lugares lejanos, por río y mar.

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“No aguantamos más. Termales se nos va a ir aguas abajo. Hemos hecho desde el 20 de mayo todo lo humanamente posible junto con la gobernación del departamento de Chocó y no ha sido posible mitigar la situación”, dice en el video.

Elizabeth Moreno asevera que la esperanza es que todo pare, pero en el pasado remoto hubo una tragedia similar a la que se muestra con inminencia. Así se lo ha contado doña Flora Moreno, su mamá, una de las habitantes más antiguas de este pueblo de unas 500 almas, en alguna de esas tardes calurosas en que la gente de estas tierras se reúne en los corredores de las casas para abanicarse y contar historias.

Fue, según ella, cuando la mujer que hoy tiene 85 años, era apenas una mozuela de menos de 20. Entonces, en una escena como calcada de la de estos días, el mar se subió y se llevó lo que encontró, pero después la arena que trajo se asentó y a todo mundo se le olvidó lo ocurrido. Comenzaron a construir, de manera que las casas, aunque alejadas, quedaron dándole el frente al Pacífico mientras que el río Termales los escolta por detrás.

Ahora, cada que la marea se lleva otro trozo de tierra, la gente repite ese principio vital aprendido en las profundidades de esta selva: que “lo que da el mar, el mar se lo vuelve a llevar”.

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