Nuevo pleito a la vista por la corona de oro y diamantes del prócer José María Córdova: Rionegro y Concepción se la pelean

hace 2 meses 21

La pregunta que verdaderamente importa es para qué. Para qué pelear por la custodia de una corona de oro y diamantes cuando no es el oro ni los diamantes lo que importan. El pasado 20 de julio, una corona de 554 gramos con 24 hojas de laurel entretejidas con trece hojas de palma, hechas todas de oro de 18 quilates y rematadas con diamantes, aterrizó en helicóptero en Concepción proveniente de Rionegro.

La noche anterior, el alcalde de Rionegro, Jorge Rivas, había publicado un video en el que se veía la minuciosa preparación de la joya para el corto viaje, mientras Rivas, declarándose custodio de la pieza, anticipaba que la llevaría como uno de los símbolos en la conmemoración del Día de la Independencia presidida por el gobernador Andrés Julián Rendón, en el pueblo donde nació el general José María Córdova, el dueño original –y accidental– de la corona.

Pero en Concepción ya sabían que la diadema, hecha por un orfebre anónimo para coronar a Simón Bolívar en 1825, llegaría al pueblo por primera vez. No solo lo sabían sino que hubo quienes planearon una protesta durante el acto presentado en vivo por Teleantioquia para exigir la entrega de la corona, un saboteo abortado a última hora que, sin dudas, habría convertido en todo un acontecimiento nacional aquel evento y una celebración del 20 de julio para el recuerdo. Quien tuvo la idea de la protesta fue Ramón Alcides Valencia, conocido por ser el abogado que le quitó a las ánimas del purgatorio la propiedad del predio donde se levantó la iglesia patrimonial de Concepción, un proceso insólito en Colombia que más de una década después sigue siendo analizado en las aulas de derecho procesal, no solo en el país sino en otras partes del mundo.

Alegando que la corona que cumplirá en enero próximo 199 años en manos de Rionegro tendría por derecho que estar en Concepción, Ramón Alcides inició hace dos años un proceso de acción de cumplimiento en el Tribunal Administrativo de Antioquia para exigir a Rionegro entregar la joya, argumentando que la Resolución que erigió a Concepción como Centro Histórico en 1999 tenía como hecho determinante ser la cuna del libertador de Antioquia, de manera que si se desconocía a La Concha como sitio de origen del militar se incumplía por parte de Rionegro la resolución del Ministerio de Cultura.

Sin embargo, el Tribunal concluyó que no era allí donde debía dar esa pelea jurídica, y entonces fue al Consejo de Estado que le respondió que debía comenzar de nuevo el proceso, pero esta vez mediante una acción popular.

Alcides, quien ya toreó hasta a los dogmas católicos para poder salvar el templo de Concepción, dice que no teme a Rionegro y sus argumentos históricos con los que ya le dejaron claro que no piensan dejar sacar la corona del municipio.

De La Paz al MAR

En 1925, después de vencer en la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, Bolívar, escoltado por su mariscal Antonio José Sucre y el general José María Córdova, y el ejército libertador a sus espaldas, cruzan el Alto Perú y llegan hasta La Paz donde marcarán una nueva era de Independencia tras arrasar al fin al ejército realista.

Allí en La Paz, como símbolo de la era que comienza, un sacerdote corrió a coronar a Bolívar con una guirnalda muy al estilo romano y que para el mundo de entonces era la representación misma de la victoria militar, por la influencia que marcó la corona de laureles dorados que recibió Napoleón en 1804 (que curiosamente solo pesaba 10 gramos), al elevarse como emperador.

Pero Bolívar rechazó esos honores y los dirigió a Sucre. “(...) no es a mí, señores, a quien es debida la corona de la victoria, sino al general que dio la libertad al Perú en el campo de Ayacucho”, fueron sus palabras, según la biografía de Córdova escrita por Jaime Arismendy.

El mariscal, a su vez, le entregó la joya al militar antioqueño pues si de honrar a un héroe en el campo de Ayacucho se trataba debía ser entonces el hombre que envalentonó a los soldados con su inmortal arenga “¡Soldados, armas a discreción; de frente, paso de vencedores!”.

El 10 de septiembre de ese mismo año, mientras en La Paz se urdían planes, conspiraciones y estratagemas detrás del poder para dirigir las nacientes naciones, Córdova escribió una carta en la que relató el honor que recibió por parte de Bolívar y Sucre y dejó por escrito el destino que quería para dicha corona.

“El Libertador de Colombia y del Perú ha colocado sobre mi cabeza la corona cívica que con los más vivos sentimientos de amor patrio remito a Vuestra Señoría Ilustrísima, para que este monumento de la generosidad del Libertador y de mi gratitud a mi patria lo haga Vuestra Señoría Ilustrísima depositar en la sala de sus despachos”, dicta la carta del general, quien aprovechó para recordar a los 2.000 hombres que dirigió en batalla.

“Yo no hubiera sido capaz de recibir este honor sagrado sobre mi cabeza, porque no lo merezco, si no se me hubiera puesto como el jefe de los 2.000 bravos que arrollaron 6.000 de los vencedores en 14 años, porque cada valiente de aquellos es digno de tamaña recompensa. Ya que he tenido la dicha de ser escogido por su Excelencia el Libertador para recibir la corona del triunfo de la segunda División de Colombia, ¿en qué lugar más digno deberé colocarla que en la sala capitular de la ciudad en que nací?”.

Córdova le confió al capitán Nicolás Caicedo la misión de recorrer 4.500 kilómetros desde La Paz para entregar la corona en Rionegro, adonde llegó en enero de 1826. En las calles hubo fiesta por su arribo, según relató Pilar Moreno de Ángel en la biografía del general.

A su regreso de La Paz, la vida de Córdova entre 1826 y 1929 tiene varias grietas. En 1829 decidió enfilar su ejército contra Bolívar y el gobierno autoritario que impuso desde Bogotá. El 12 de octubre de 1829 le escribió una carta a José Manuel Montoya cargada de rabia y frustración contra la dictadura y el centralismo asfixiante y el manoseo de la democracia promovidos por Bolívar. Pero cinco días después el ejército del irlandés Daniel Florencio O’Leary lo frenó en El Santuario y el mercenario Rupert Hand le atravesó el cráneo con tres sablazos.

Tras su muerte, pasaron seis guerras civiles y 59 años para que la corona que recibió Córdova en los esperanzadores días de la Independencia dejara de pasar de mano en mano hasta que quedó en poder del Banco de Rionegro, y en 1999 fue entregado al Museo de Arte Religioso en Catedral San Nicolás. Pero en 2019, la alcaldía de Andrés Julián Rendón, con ultimátums, le ordenó al director del Museo, Álvaro Arteaga, entregar la diadema para llevarla al Museo de Arte de Rionegro –MAR– (que estaban estrenando) advirtiendo incluso demandas y todos los recursos que pudiera emplear amparada en el código de policía para lograr dicho fin, el cual logró el 18 de diciembre de ese año. Desde entonces reposa en una urna blindada y está expuesta a la ciudadanía.

Voltear el cuello a la historia

“(...) ¿en qué lugar más digno deberé colocarla que en la sala capitular de la ciudad en que nací?”. Esa pregunta con la que Córdova remata su carta abrió casi dos siglos después la pugna entre Concepción y Rionegro por la diadema de oro.

La raíz del argumento del abogado Valencia para reclamar para Concepción la custodia de la corona es que esta fue la tierra donde nació Córdova, no Rionegro. El acta de nacimiento que conservan deja claro que el militar nació y fue bautizado allí en 1799.

Pero tras una primera solicitud por parte de Valencia para que entregaran la posesión de la corona, en Rionegro sacaron un arsenal de argumentos para sostener su derecho a seguir siendo custodios de la joya.

En un detallado documento construido a finales de 2022 por el historiador del Museo Histórico Casa de la Convención, Luis Felipe Vélez, y el entonces abogado de la subsecretaría de Cultura, Julián Otálvaro, Rionegro defiende la tesis de que en 1799, cuando nació Córdova, Concepción no existía como ente administrativo en el ordenamiento jurídico español y dependía plenamente de Santiago de Arma de Rionegro. “No es ‘error histórico´ ni ‘protuberante engaño histórico’ el hecho de que José María Córdova haya nacido en la ciudad de Rionegro, sino más bien verdad histórica respaldada en fuentes y crítica documental”, señalan en el documento, sentenciando que “si se asume que en 1799 ya existía el Municipio de Concepción, se tendría que decir que dicha existencia es eterna e invariable, y se destruiría de tajo la historia, sus categorías y sus conceptos”. También se hace énfasis en que cuando Córdova manifestó que no había lugar más digno para que reposara la corona que “la sala capitular” de la ciudad donde nació no podía referirse a otro lugar que la sala capitular de Rionegro (como decir el Concejo hoy), pues era la única que existía en esas tierras para la fecha de la carta.

Además, apuntan, el Archivo Histórico tiene registro de que el 2 de noviembre de 1824 se reunieron los señores del cabildo municipal de Rionegro en su sala capitular y procedieron a formar las ternas de los jueces pedáneos de los partidos de su jurisdicción, entre los cuales estaba Concepción, lo que demostraría que este último era un territorio bajo administración de Rionegro y que lo fue desde 1784 hasta, por lo menos, 1826 fecha en la que Córdova dirige el manuscrito.

Incluso registran que el padre del general, Miguel Crisanto Córdova, fue nominado para alcalde pedáneo del partido de Concepción en 1799, el año en que nació Córdova, y para 1801 cuando confirmaron su nombramiento. Dicho partido aún era “jurisdicción del cabildo de Rionegro”.

Valencia sigue sosteniendo que la evidencia documental soporta el hecho de que para 1799 existía parroquia en Concepción y eso valida su existencia más allá de un mero apéndice de Rionegro como allí defienden. Pero además dice que bajo la lógica de Rionegro de anular a Concepción como lugar de origen de Córdova, por no tener entidad administrativa, sería imposible decir que Córdova es antioqueño porque para la fecha de su nacimiento Antioquia era una mera provincia bajo el control de la Gobernación de Popayán que le respondía a la Corona Española.

Lo cierto es que Rionegro destapó con este documento gran parte de las cartas que tiene para enfrentar un proceso que, aunque parecía haberse agotado con la negativa del Tribunal Administrativo de Antioquia, es una mano larga a la que todavía le faltan varias rondas.

Conociendo ya, en buena parte, qué argumentos debe confrontar, Valencia buscó apoyo del historiador Edgardo Pérez para preparar un peritaje cuyo concepto soporte sus peticiones en la acción popular ante el Consejo de Estado, que será el que determine, en un proceso que podría tomar unos cinco años o más, si los habitantes de Concepción tienen derecho a gozar o no de esta pieza histórica.

En Concepción, donde Córdova está en todas partes; en calles y casas junto a figuras bíblicas e imágenes de Álvaro Uribe, muchos anhelan la corona, pero tímidamente.

Las autoridades no parecen dispuestas a meterse en semejante pleito con Rionegro por su custodia. De hecho, el alcalde de Concepción, Adrián Henao, calificó como un hecho histórico que por primera vez en más de 200 años se haya podido reunir por un par de horas elementos que representan la vida del general: su partida de bautizo, en poder de Concepción; el sombrero que portaba en sus últimas días, en manos de El Santuario; y la corona de la discordia que llegó y se marchó en helicóptero. Con una pelea que parece causa perdida, y además desigual, la pregunta que verdaderamente importa en todo esto es para qué. Y Valencia no titubea para responder: “Para reivindicar a Concepción ante la historia”.

El abogado admite que no es cordovista, ni siquiera por el hecho de que la investigación de su árbol genealógico arrojó que su madre es décima generación en la línea del general. No es por la corona (también podría ser otro objeto), sino por el hecho de que para conservar su custodia, Rionegro anula a Concepción como cuna del prócer, y a su juicio le asiste el derecho a controvertir la historia que pretenden imponer desde allí.

Entre todo lo que se ha dicho en este pleito que apenas despunta, hay una frase llamativa en la defensa de Rionegro que parece decir más de lo que aparente. “No se le puede voltear el cuello a la historia y hacerla aparecer como no es”, dice al reprochar que se reclame el contenido de la carta y la decisión de Córdova y que se busque ponderar a Concepción como cuna del militar y como un lugar que fue mucho más que un poblado controlado administrativamente por Rionegro. En La forma de las ruinas, de Juan Gabriel Vásquez, una mezcla de relato histórico y autobiografía, la superficie de la novela aborda el destino azaroso de dos piezas fundamentales para armar el rompecabezas de la Gran Ruina que es la historia del país: la vértebra de Gaitán y la calota, un trozo del cráneo destrozado del general Uribe Uribe. Pero no es la vértebra ni el pedazo de cráneo lo que importan en la novela (o lo que más importan), ni tampoco en qué manos están, sino las verdades que ocultan aplastadas por la Historia oficial impuesta por el poder, por quienes lo detentan, y la necesidad de desafiarla buscando las otras historias y las otras verdades.

Intentar torcer el cuello a la historia, buscarle la otra cara, sería entonces, en sí, un objetivo. En este caso, por ejemplo, zarandear el árbol de la historia permitiría ahondar en el centralismo omnipresente desde siempre. Un general con el cráneo agujereado como castigo al rebelarse contra la concentración de poder que desde Bogotá amasó el mismo hombre que antes lo bañó de oro y laureles, un municipio poderoso que hace valer su relevancia histórica frente a otro más pequeño, un alcalde que hace pesar su autoridad de turno ante un museo. Y tal vez, también, un héroe que olvida u omite mencionar en la cima de su carrera el pueblo donde nació.

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