Lo que al principio parecía un desgarrador secuestro extorsivo terminó por revelar una compleja trama de deudas, poder, herencias del narcotráfico y silencios rotos. Lyan José Hortúa Bonilla, un niño de apenas 11 años, fue liberado este miércoles tras permanecer 18 días secuestrado en la zona rural de Jamundí, Valle del Cauca. Pero la historia que se esconde tras su retención va mucho más allá del pago de un rescate.
El rapto ocurrió el 3 de mayo, cuando un grupo armado irrumpió en la casa de descanso de la familia en la Parcelación Reservas del Río Claro. Iban por su madre, Angie Bonilla, reconocida joyera e influencer digital, o por su padrastro, Jorsuar Suárez. Al no hallarlos, decidieron llevarse al niño, junto a una empleada doméstica que luego fue liberada. Lyan fue sacado del lugar esposado, según relataría más tarde, y permaneció en condiciones precarias, incluso encadenado durante varios días.
Según revelaciones de fuentes confidenciales a medios como Semana y El Colombiano, el secuestro no fue un acto aislado, sino una jugada premeditada orquestada por el narcotraficante Diego Rastrojo, en busca de saldar cuentas pendientes con la familia del niño.
José Leonardo Hortúa, padre biológico de Lyan, fue un temido narcotraficante asesinado en 2013, conocido como Mochacabezas. Su fortuna quedó en manos de su esposa, Angie Bonilla, quien según las investigaciones, nunca entregó el dinero que pertenecía al entonces jefe de su esposo: Rastrojo.
Las autoridades creen que, al no obtener respuesta por medios convencionales, Rastrojo ordenó el secuestro a través del Frente Jaime Martínez, una disidencia de las Farc-Ep.
Tras duras negociaciones lideradas por el padrastro, se acordó el pago de 4 mil millones como primer abono para la liberación del niño. El dinero fue entregado por un primo de Jorsuar, Jesús Antonio Cuadros, quien fue asesinado joras más tarde en Cali, bajo circunstancias que hoy están bajo investigación.