Hechos que estremecieron a Antioquia: el crimen de la ascensorista que fue escondida en el edificio Fabricato

hace 2 meses 17

Una multitud se abarrotó en los alrededores del edificio Fabricato el 23 de octubre de 1968. Bloqueando el paso en las concurridas calles de Junín y Boyacá, cientos de medellinenses se aglomeraron con morbo alrededor de las puertas del prestigioso edificio de la textilera, en donde un grupo de atónitos detectives había encontrado la cabeza de una joven de 23 años, escondida durante días detrás de una pared improvisada levantada en el sótano.

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En poco más de una semana, la angustiosa búsqueda de una ascensorista del barrio Manrique reportada como desaparecida terminó convirtiéndose en uno de los crímenes más macabros en la historia de la ciudad y del que se seguiría hablando décadas después.

El comienzo de la historia se remonta a la mañana del domingo 13 de octubre de 1968, cuando la joven Ana Agudelo Ramírez, quien para ese día vestía pantalón slack de color naranja, suéter verde oscuro y botas de cuero blancas, salió de su casa acompañada por una hermana para hacer unas vueltas en el Centro de Medellín.

La dama en cuestión, empleada en las oficinas centrales de Fabricato, salió hacia las ocho de la mañana del domingo pasado de su residencia en la calle 70A número 45-105 con el objeto de ir al edificio Fabricato y sacar un uniforme de allí. Su hermana la acompañó hasta cerca y concertaron una cita para horas después. Pero lógicamente Ana no apreció. Empleados del edificio donde trabaja la joven dijeron que ella sí había estado allí, pero que salió poco después sola y sin señales de nada extraño, registró tres días después este diario en una nota en la que se alertaba de su desaparición y se invitaba a quienes supieran algo a ponerse en contacto con la familia.

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Luego de que la noticia se hiciera pública, se comenzaron a urdir todo tipo de especulaciones, que iban desde un secuestro, una fuga a otra ciudad con su novio y hasta una extorsión para sacarle dinero a un tío que tenía fama de rico y de quien se decía administraba varios hoteles de lujo en la isla de San Andrés.

Aunque durante diez días las autoridades y vecinos desplegaron una avanzada para dar con la joven, que estuvo acompañada de avisos de prensa y hasta eucaristías en la iglesia de La Candelaria, el caso terminó desenlazándose justo en su punto de partida.

Mientras Medellín estaba volcada en el rastreo de Agudelo, un penetrante olor a descomposición comenzó a regarse por los pasillos del edificio Fabricato.

“En las últimas horas de la tarde de ayer varias personas percibieron en el sótano del edificio y en el octavo y noveno piso un olor nauseabundo. Al tratar de establecer la causa de la fetidez, la administración ordenó romper uno de los muros del sótano (...). Después de romper el muro un trabajador localizó en uno de los rincones la cabeza de una mujer”, registró este diario en su edición del viernes 25 de octubre, informado ya de la detención del celador del edificio como principal sospechoso, identificado como Abel Antonio Saldarriaga Posada.

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Pese al hallazgo de la cabeza, envuelta en una bolsa de polietileno y que fue identificada gracias a sus registros dentales y el reconocimiento de sus familiares, los detectives luego emprendieron una amplia búsqueda por toda la zona para dar con las otras partes del cuerpo de la mujer, ya que el olor seguía concentrándose con fuerza en el edificio.

Mucho después, luego de que se revisaran en vano y hasta el cansancio los ductos el edificio, tanques de almacenamiento de agua y hasta el sistema de alcantarillado por parte de EPM, se conocería que cuerpo de la joven había sido cercenado en más de cien partes, algunas de ellas arrojadas incluso al techo de la iglesia de La Candelaria.

Desde el momento de la desaparición, el celador del edificio ya había empezado a despertar las sospechas de la familia de la ascensorista, tal como luego lo relataría la hermana que salió con ella en su último día con vida, quien sostuvo que el hombre primero le había dicho que Ana se había ido en taxi y luego cambió su versión a que se había subido a un carro particular que la esperaba a las afueras del edificio.

Sin embargo, los testimonios se fueron ampliando después, cuando la familia aseguró que la noche de la desaparición el celador había realizado una llamada extraña a la casa, en la que transmitía un supuesto recado de Ana en la que avisaba llegar en horas de la noche, y luego otras versiones en las que se aseguraba que ambos llevaban una relación muy cercana que se fracturó cuando la joven anunció sus planes de casarse con otro.

En el cubrimiento realizado entonces se reseñó que Saldarriaga Posada, conocido como Posadita, fue retenido por agentes del desaparecido F2, que no lograban sacarle una sola palabra durante largos interrogatorios.

Aunque semanas después el juzgado noveno penal municipal de Medellín dictó un auto de detención en contra de Posadita, cuya foto salió en todos los periódicos, esa acción solo sería el comienzo de un juicio que se extendió hasta 1971, año en que fue declarado culpable y condenado a 20 años de prisión.

Durante el resto de su vida, incluso tras salir de la cárcel, Posadita insistió en ser inocente del asesinato de su compañera de trabajo.

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