Formas del hambre

hace 2 semanas 8

“Actualmente, miles de personas viven sin elegir qué comer, viven ese otro tipo de hambre: la que se impone”.

Por Yury Marcela Ocampo Buitrago.

  • Las cocinas existen para calmar el hambre, que a su vez tiene muchas formas: la que se siente en el cuerpo, la que nace del corazón, la que se impone desde fuera. Por eso, hoy, el tema de nuestra columna, En la cocina, serán las formas del hambre.

    El hambre que más conocemos es el hambre fisiológica. Aquella que aparece cuando el cuerpo necesita energía y nutrientes y que se manifiesta con sensaciones corporales y viscerales, surge en los momentos que dicta nuestro reloj biológico. Calmarla implica considerar la cantidad y calidad de lo que comemos en términos sensoriales, nutritivos y culturales. Para poner un ejemplo, alguien que fue criado en Antioquia me contó que viajó a una región donde desayunaban con pan y no con arepa, y por más que comiera pan, no se sentía lleno.

    Existe otro tipo de hambre más ligada al apetito, al deseo de comer algo. Surge por estímulos externos, como el olor de la parva recién horneada; por recuerdos o situaciones cotidianas, como el agrado de comerse un helado un sábado por la tarde o la costumbre de un postrecito después del almuerzo. La satisfacción de este tipo de hambre está muy asociada al consumo de aquello que la provocó. Pero es un hambre que, con seguridad, volverá.

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    En los últimos años se habla mucho del hambre emocional, la cual se asocia con la gestión del estrés y las emociones. No suele presentarse con las señales corporales del hambre fisiológica, sino que generalmente es una compulsión por comer alimentos como golosinas o snacks de paquete. Su saciedad no depende de comer y, muchas veces, tras el consumo de estos alimentos, aparece la culpa.

    Sobre los últimos dos tipos de hambre se dice que son de la contemporaneidad porque, hasta no hace más de 100 años, lo común era el hambre y la escasez. No había muchas posibilidades de antojarse o de comer por tristeza o alegría. Simplemente se comía lo que había.

    En la actualidad, en muchas sociedades, la escasez ha sido reemplazada por la abundancia de alimentos, aunque no siempre saludables, tradicionales o accesibles. Lo que genera el dilema de escoger entre la gran variedad de comida disponible. Con frecuencia, hay confusión sobre lo que es bueno para comer, sobre qué alimentos escoger y cómo prepararlos. La decisión suele estar mediada primero por lo que ofrece el mercado, luego por el precio, los gustos, el tiempo y quizá, después de sopesar lo anterior, por lo nutritivo o saludable que sea.

    La situación de escoger entre la abundancia se plantea como un dilema moderno del ser humano y su ser animal omnívoro, y a simple vista pareciera ser una encrucijada favorable; pero esta es tan solo una de las tantas paradojas que trae el sistema alimentario actual, puesto que, en realidad, no somos tan libres como lo creemos de elegir qué vamos a comer. En el mejor de los casos, el mercado escoge por nosotros y suele seleccionar lo que menos nos conviene para el bienestar y, en el peor de los casos, simplemente no podemos escoger.

    Actualmente, miles de personas viven sin elegir qué comer, viven ese otro tipo de hambre: la que se impone. Estamos hablando del hambre prolongada, crónica. Del hambre que se instala en el cuerpo y lo consume para saciarse. El cuerpo se alimenta de sí mismo. De esta forma del hambre nos habla el joven Irra[1], quien la conoce muy bien:

    Le dolía fuerte el estómago… El hambre… Cierto… No había comido… Ni su mamá ni sus hermanos tampoco habían pasado bocado, como no fuera esa saliva amarga, pastosa, que él estaba tragando ahora trabajosamente… Tuvo entonces la noción clara de que en todo el día solamente había tragado un pocillo de café negro… ¿Y ayer? ¿Qué había comido ayer? Nada. Exactamente, había almorzado cada cual con un pedazo de plátano asado, sin tomarse una gota de agua de panela. ¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué Dios no se compadecía de ellos, y les dejaba algo a la entrada de la puerta? ¿Por qué no venía Dios una mañana, o una noche, y les dejaba un poco de arroz y plátano, o unos dos pesos siquiera en la cocina?

    Este tipo de hambre no solo podría evitarse, sino que muchas veces es provocada deliberadamente. Por ejemplo, los actores del conflicto armado en Colombia han privado de alimentos a familias y comunidades enteras bajo el argumento de que podrían abastecer al enemigo.

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    Y no ocurre solo aquí: desde hace meses vemos cómo el hambre se usa como arma de guerra en Gaza bajo una justificación similar. Esto sucede a pesar de que los líderes del mundo acordaron combatirla luego de la Segunda Guerra Mundial, en la que también murieron miles de personas por el hambre; es un acuerdo que se planteó como una forma de luchar contra la pobreza, la inseguridad y proteger la paz del mundo. Pero parece que estos propósitos han sido olvidados por los líderes del mundo.

    Es irónico, otra paradoja más de la alimentación moderna: en la era de la guerra contra el hambre, esta se convierte, para algunos, en un arma de guerra.

    Comparto la plegaria de Irra, quien decidió “no detenerse mientras le faltara el pan. Pan para su madre. Pan para sus hermanas. Pan para Jesús. Pan para él… Para todas las gentes… Pan… El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”.


    [1] Protagonista de la novela Las estrellas son negras, del gran escritor chocoano Arnoldo Palacios. Novela disponible para su lectura en: https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll7/id/1/.

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