En Colombia existen personajes que parecen inmunes al peso de sus propios actos. Los envuelve una coraza invisible que repele la ley, la moral y la vergüenza. Nada se les pega, nada los detiene. En esa categoría sobresale Armando Benedetti, el hoy ministro del Interior, convertido en símbolo del “efecto teflón” de una clase política que ha hecho del escándalo un estilo de vida.
Siete procesos en la Corte Suprema de Justicia, audios comprometedores, insultos a una magistrada y una hoja de vida salpicada por episodios de violencia verbal, tráfico de influencias y presunto enriquecimiento ilícito. Hoy incluido en la Lista Clinton. Cualquier otro funcionario habría sido suspendido, investigado o removido del cargo. Pero Benedetti sigue ahí, protegido por un silencio cómplice que hiere la credibilidad del Gobierno y degrada el respeto por las instituciones.
Su más reciente episodio raya en lo grotesco. Tras el allanamiento legalmente ordenado por la Corte Suprema de Justicia, Benedetti arremetió con insultos contra la magistrada Cristina Lombana, llamándola “loca”, “enferma” y “delincuente”. No es solo un exabrupto personal: es un ataque frontal al poder judicial y una misoginia tolerada por el establecimiento.
El país entero vio y oyó a un ministro insultar a una mujer que cumple su deber, mientras el Presidente y el Ministro de Defensa guardan un silencio ensordecedor. Ni una sola sanción, ni una medida ejemplarizante. Como si ultrajar a una magistrada fuera una simple escena costumbrista del poder.
El “efecto teflón” de Benedetti tiene historia. Su nombre quedó grabado en los audios del escándalo de Laura Sarabia, cuando confesó haber participado en la entrega de 15 mil millones de pesos, advirtiendo que “si se supiera de dónde salieron, todos irían presos”. Aquellas grabaciones mostraron el verdadero rostro de un sistema político corroído por la deslealtad y el chantaje. Y, sin embargo, nada ocurrió. No perdió el cargo ni enfrentó consecuencias judiciales. Fue, en cambio, premiado con nuevos espacios de poder.
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Hoy, el mismo hombre que usó la embajada en Caracas como refugio político se presenta como garante del orden institucional. Y lo hace mientras acumula investigaciones por presuntos delitos que van desde la celebración indebida de contratos hasta el incremento injustificado de patrimonio. En cualquier democracia funcional, la sola existencia de siete procesos en la Corte sería motivo suficiente para apartar a un ministro. En el gobierno de Petro, en cambio, se le otorga micrófono, cámara y despacho. Y, por si fuera poco, que no lo es, se le designó Ministro Delegatario.
La ironía es que Benedetti representa exactamente lo que el actual gobierno decía combatir: la política de la amenaza, del insulto, del privilegio y del amiguismo. Su comportamiento reproduce el patrón de impunidad que ha destruido la confianza en la justicia.
Cuando un alto funcionario puede tratar a una magistrada en los términos en que lo hizo el mencionado ministro sin consecuencia alguna, el mensaje es devastador: el poder no teme al derecho, lo manipula.
La Procuraduría abrió una indagación preliminar, pero no basta. Los ciudadanos esperan acciones concretas, no comunicados de prensa. Las mujeres esperan coherencia, no discursos de equidad y de género pronunciados por quienes toleran el maltrato.
Benedetti no solo ofendió a Cristina Lombana; ofendió a todas las mujeres que luchan por ocupar espacios de liderazgo sin ser humilladas por su condición. Y ofendió al país entero al ridiculizar la autoridad de la Corte Suprema sin razón alguna.
Y es que no resulta convincente la narrativa de persecución que intenta instalar. Los drones que, según él, vigilan su residencia, el préstamo para comprar un inmueble de dudoso origen, o la extravagante recompensa ofrecida por información, son piezas de un libreto que mezcla paranoia y victimismo. Cada nueva excusa solo refuerza la idea de que el ministro se esconde tras la confusión para diluir su responsabilidad. Ahora su abogado trajo a colación la novedosa tesis de que hay que distinguir su actuar de ministro del de padre y esposo de familia.
Nada explica, sin embargo, la indulgencia del Estado frente a sus excesos. ¿Qué sabe Benedetti? ¿A quién protege o de qué depende su permanencia?
El ministro de teflón se ha convertido en el retrato exacto del deterioro institucional: un político que insulta, evade, manipula y aun así sobrevive. Su caso demuestra que en la Colombia actual no importa si se es culpable o inocente con tal de ser útil al gobierno.
Mientras tanto, la ciudadanía observa impotente cómo la justicia parece temerle al poder político, y cómo la Presidencia defiende lo indefendible, aludiendo a sesgo ideológico de la Magistrada.
Benedetti no es un personaje pintoresco ni un bufón del poder: es un síntoma de la enfermedad que corroe al Estado. Es el ejemplo vivo de como la impunidad se normaliza, de como los poderosos convierten sus escándalos en anécdotas y sus delitos en chismes de pasillo.
Si Colombia sigue tolerando este tipo de conductas, el país dejará de distinguir entre la autoridad legítima y la prepotencia vulgar.
La decencia pública no puede seguir subordinada a los cálculos políticos. Las mujeres del país merecen respeto, los jueces merecen respaldo, y la sociedad merece funcionarios que entiendan que el poder no es un escudo contra la ley. Su caso no debería verse como un chisme sino como una advertencia: el descaro debe tener un costo.
Él sabe que lo que hizo estuvo mal y por eso recula en su cuenta de post en los siguientes términos:
“He dicho cosas que no debí decir, me dejé llevar por la ira y la situación y eso no refleja quien quiero ser. Lamento haber dicho lo que dije, le pido excusas a la señora Cristina Lombana. Sin embargo, esto no quiere decir que no siga denunciando las extralimitaciones y su abuso de poder contra mí y mi familia.”
Pero por más que se disculpe y excuse la falta persiste y se deben imponer las correspondientes sanciones. Vale recordar que su juicio es el reflejo de lo que es él, como lo describe Charles A. Sainte-Beuve
“Casi nunca juzgamos a los demás, sino que juzgamos nuestras propias facultades en los otros”.
Las opiniones que aquí se publican son responsabilidad de su autor.

hace 7 horas
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