No es por lo que soy, sino por lo que he decidido habitar.
Desperté soñándote. Recordé tu calidez, tu sonrisa, tu actitud. Recordé aquella noche del concierto, cuando te despedías como si tus palabras fueran de muerte. ¿Cuánto habrías dejado de vivir de seguir por aquella senda? ¡Y sabes a lo que me refiero!
Recordé nuestra despedida. ¿Cuánto has cambiado desde entonces?, ¿qué lugares y de qué maneras los habitas? Más calvo, más sabio y sin lugar a dudas más viejo, pero con la misma sonrisa demoledora que sueles usar en los momentos decisivos.
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1:14 a. m. Obligado a escribir estas palabras por esa mística universal que hacen uno la ausencia y la creación. Hace mucho buscaba la manera de unir algunas ideas que rondan en mi cabeza y se me ocurre que contándolas podría asirlas en algo concreto. Déjame compartirte algunas de ellas:
“Y entonces me vi
triste mendigo de soledades
parado ante una puerta
que ya no deparaba
camino alguno.
Comprenderme en el vacío
donde aquel salto de fe
mostraba al fin, su rostro
volvíase multitudes;
consumíase en razones.
Evité las plegarias a tu dios
hace tanto lo abandoné
que ya no importan las palabras”.
Quise negar la parte de mí que hay ahí, me leí pretencioso y lo odié, como ejercicio de reescritura debía replantear el narrador. ¿Soy yo?, ¿sí o no? Lo cierto es que por instantes tampoco me reconozco en mí mismo, he olvidado ser lo que soy. Intentaría así:
“Y entonces se vio
triste mendigo de soledades…”
Me sentí tonto por querer confundir con un cambio tan simple. Ahora no soy yo, es él. No abandoné la estratagema y continué en el mismo tono cuasi-lúgubre, laberíntico, o al menos eso quisiera. Algo debía suceder, al fin y al cabo:
“Recogió lo que quedaba de sí (maldito y hermoso lugar común)
transitó las mismas calles
ahora vacías de sentido (como si alguna vez lo hubieran tenido)
perdíase entonces en pensamientos difusos.
Y entonces…el olvido.
Consumíase con la lluvia
tornándose en el invierno que quiso evitar.
El peso de sus harapos
le traía de vuelta (cayendo)
una nueva caída
y saber que no queda nada más”.
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Lugares comunes, palabras ostentosas, un intento de tono clásico que se desdibuja en la búsqueda de un estilo, esa terminación rebuscada en los verbos que intentan (fallando de forma pusilánime) darle personalidad. Casi diría que no tiene coherencia. Mi problema, amigo mío, es que cuando me leo, me entiendo; habito los signos que en las palabras han hecho multiplicidad. Seguí intentándolo, si esas imágenes no eran suficientes quería ir a la psicología de mi personaje (tercera persona, por supuesto):
“Ya no tenía palabras
ni siquiera imágenes
le consumía la incertidumbre
y esta sensación confusa (me remito a transcribir la idea, aunque logre asombrarme de la puerilidad con que puedo llegar a expresarme).
Ya no era nada
aunque volviese por instantes
intentó formular preguntas
ya ni la duda podía confirmar su presencia.
Plátano maduro frito
el último sabor que vino a su mente.
Quiso saborear —eso pensó— pero no pudo recordar.
El sabor de la sangre en su boca
confundíase con el vino.
¡Maldición! —gritar quería—
lo único que salió, fue
la última bocanada de aire
que había luchado por sostener.
(La imagen de una mariposa posándose sobre su ojo le dio la despedida merecida)”.
Quizás un día pueda preguntar de nuevo, a la manera del poema de Whitman: ¿qué es la hierba?, con verdadero asombro. Entonces escribir con sublimes palabras lo inenarrable. Mientras tanto queda intentar. No me malinterpretes cuando escarbo en palabras tristes, no es por lo que soy, es por lo que he decidido habitar.
Un cálido abrazo.
Arty.