En América, el fuego ya no es un visitante estacional: se ha convertido en un residente permanente. Solo en 2024, más de 950.000 kilómetros cuadrados —una superficie mayor que Bolivia— ardieron en el continente. La devastación no solo consume bosques: arrasa cultivos, infraestructuras, cuencas hídricas y deja a millones de personas respirando aire contaminado. El impacto climático es colosal: en ese mismo año, los incendios liberaron 2,6 gigatoneladas de CO₂ equivalente a la atmósfera.