Un cuento (cada cinco): Arma de lucha

hace 2 semanas 13

Taza y Texto, Cristian Aristizábal.

Por Cristian Aristizábal.

Estaban encerrados. Encapsulados en el área rectangular que dibujaban las cuatro paredes a su alrededor. Ahí permanecían. Sumisos, callados. Intentando descifrar toda la palabrería que se juntaba por horas y horas, las cuales, al venir de una única boca, se tornaban aburridas, frías y en ocasiones distantes.

A pesar de ello, a ese lugar determinado y delimitado, lo concebían como espacio de creación. Se creía fielmente que ese era el laboratorio del conocimiento. Que ahí, por encima de las condiciones del lugar podrían emerger las ideas esplendorosas que definen la humanidad y su desarrollo.

No era así para Harol. Una de las muchas mentes que ha pasado por esa cárcel del conocimiento, y quien, por su ensimismamiento, pasividad y silencio, pasaba desapercibido dentro del cúmulo de seres que habitan estos recintos. Él, para los demás, era solo silencio. Para sí mismo, era puro pensamiento.

Así, cada encuentro para Harol era un detonante de emociones que empezaban en su cabeza y le estremecían todo el cuerpo. Lo invadía una sensación incómoda causada por esa voz alienadora y militante que era dueña del espacio rectangular en donde se supone que debería brotar la creación. Pero ¿cómo crear cuando no hay espacio para respirar y mucho menos para pensar con libertad?, ¿cómo hacerlo si toda idea era condicionada por reglas infranqueables?

Dentro de ese panorama, para Harol sus compañeros estaban pasmados, fríos, casi muertos tras colapsar ante los disparos y latigazos del coartador de las demás voces. Y antes de que esa generalidad también lo llevara al colapso, lo invadió la idea de guerra. Entonces, empezó a disparar y adoptó un arma de lucha: cada día en ese encierro se rebeló ante la escucha obligatoria para dedicarse a derramar tinta sobre las hojas sueltas que lo acompañaban en todo momento.

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Su silencio y su mirada eran la conjugación perfecta para que el papel fuera una bomba destructora de la historia que ambientaba el aire de ese recinto. A Harol, por ser puro pensamiento, le dio para crear una guerra en el salón. Solo con tinta y papel. Solo con el silencio y la mirada. Solo con la postura clásica de un alumno ejemplar que se sienta en su pupitre desde que empieza la clase hasta que se acaba.

Ahí ideó todo y ahí acabó con todo. Hasta con las hojas que lo abrazaban en el diario vivir. Lastimosamente confió tanto en la idea del pensamiento que no la hiló con su corporalidad. No se dio cuenta de que todo el furor de sus reflexiones necesitaba un cuerpo que las transportara y las ejecutara. Se olvidó completamente de que por medio de su cuerpo podía actuar, y con ello, dejó que cada hoja cogiera un rumbo independiente, cada una con un destino desconocido. Fue así como su estrategia de lucha se desarmó, el aula siguió siendo cárcel, los pensamientos siguieron siendo alienados y la historia siguió siendo historia… A Harol no le bastó con escribir.

  •  Arma de lucha

    Un cuento (cada cinco): Arma de lucha

    “Entonces, empezó a disparar y adoptó un arma de lucha: cada día en ese encierro se rebeló ante la escucha obligatoria para dedicarse a derramar tinta sobre las hojas sueltas que lo acompañaban en todo momento”.

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