La cumbre entre los 33 países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea se ha celebrado a media asta. Si uno utiliza el baremo de la lista de asistentes, hablamos de fracaso: apenas una decena de los 60 dirigentes convocados y, del lado latinoamericano, solo el brasileño Lula y el anfitrión, el colombiano Gustavo Petro. Si uno piensa en las dificultades del evento: un Donald Trump revirado que aprieta a los países latinoamericanos, una cumbre intercontinental que compite con otras cuatro grandes reuniones de dirigentes en el mismo mes, y la tensión política a un lado y otro del Atlántico, el simple hecho de que la cita haya tenido lugar, dos años después de la última (2023, en Bruselas), es un triunfo contra la adversidad. Respecto a la anterior, habían pasado ocho años.

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