Sincronizada charla de algoritmos

hace 5 días 7

Sincronizada charla de algoritmos

Resumen: Un análisis crítico sobre el impacto de Grammarly y asistentes de IA en la escritura, cuestionando si la perfección algorítmica reemplazará nuestra voz y estilo personal.

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Cualquiera que por estos días se pase por los Estados Unidos, y le dé por sintonizar YouTube o alguna plataforma de streaming, inevitablemente se encontrará con un anuncio de lo más particular. Con la intención de promocionar su nuevo asistente de inteligencia artificial para redacción, la empresa Grammarly ha colocado a dos chicas, una frente a la otra con aires competitivos, en una mesa de reuniones que se nos revela como una cancha de tenis y en la que cada mensaje enviado funge como una bola de partido que cruza la red de lado a lado. Al fondo, dos narradores desbordados por la emoción discuten cada una de las jugadas como si de la mismísima final del Roland Garros del universo corporativo se tratara.

Hasta ahí, otra publicidad con el clásico tono dirigido al mercado americano, pero lo verdaderamente curioso, y a la vez tremendamente inquietante, es cómo todos los mensajes originalmente redactados por las protagonistas son modificados en micras de segundo por el software de Grammarly tras instrucciones como “Haz que suene más amable, pero igualmente asertivo” o “Hazlo más persuasivo”. Algunos de los cambios sugeridos eran ajustes menores aquí y allá, pero otros eran de tal entidad que prácticamente implicaban borrar el correo del todo y volver a empezar desde cero, dando como resultado un texto completamente ajeno a la intención inicial de su autora. Al verlo, un calambrazo helado me recorrió la columna vertebral.

Entonces pensé, ¿es eso realmente lo que nos depara el futuro? Tras miles de años de tradición escrita desde la invención del alfabeto, tal parece que el culmen de la evolución humana esté en unas líneas de código que en un parpadeo derogan lo que realmente queremos decir para reemplazarlo con una propuesta que, por cualquier razón, se acepta inmediatamente como mejor o, de alguna forma, superior (¿Por qué? ¿Porque proviene de una máquina y éstas son perfectas?). Conceptualmente hablando, una cosa es que un asistente de inteligencia artificial nos ayude a buscar errores de tipeo o nos sugiera reorganizar una frase para que se lea con mayor claridad, y otra muy distinta es que deseche el fruto de nuestro trabajo para imponer su propia verdad.

Así pues, parece que estamos indefectiblemente abocados a un mañana sintético en el que desaparecerán las palabras malsonantes y los accidentes gramaticales, tan necesarios para la definición de un estilo propio como evidencia tangible de la falibilidad de quien escribe, dando lugar así a una sincronizada charla de algoritmos, donde cada comentario es tan asertivo como persuasivo, ninguno levanta el tono y nadie se equivoca. Un panorama tan siniestramente aburrido para aquellos quienes, como yo, extraemos valiosísima información de la forma en que nuestros interlocutores se expresan por escrito, lo que forzosamente levantará una barrera invisible de corrección informática entre nosotros.

Ante el inevitable éxito del modelo de Grammarly, con el cada vez más extendido uso de asistentes inteligentes similares, nuestras letras pronto dejarán de reflejar la voz a la que supuestamente pertenecen y pasarán a convertirse en meros avatares de lo que realmente queríamos decir.

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Redacción Minuto30

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