Simplemente… inaudito
Resumen: En medio de la desilusión, y falta de apetito, al recordar aquel joven acurrucado comiendo miserias, me dispuse a escribir sobre el tema, revisé los desalentadores últimos informes de la FAO y las cifras reflejadas en las hambrunas
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Aquel hombre lamía la bandeja de icopor y en ocasiones comía con las manos. En cuestión de segundos quedé perplejo, sin saber qué pensar o qué decir, fue una escena tan dura y cruel que solo mis ojos daban crédito a lo que veían, me negaba a creer que era verdad. Acurrucado, desesperado y ansioso, reflejaba la emoción de haber encontrado el tesoro más grande del mundo; sostenía en sus manos una bandeja de icopor con restos de comida en descomposición que había sacado de una bolsa repleta de basura. Observé que la gente pasaba y ni siquiera se inmutaba, parecía algo tan normal vuelto paisaje, en medio de aquella avenida donde solo llaman la atención los autos modernos y las motos de alto cilindraje. Seguí caminando rumbo a mi casa y, al llegar, llamé a mi hijo y a mi hija para saber cómo estaban ellos y mis nietas, quería saber si ya habían cenado, me dijeron que sí, que todos estaban bien y que nada les faltaba. Aquella noche perdí el apetito, algunos me tildarán de tonto o estúpido al dejarme afectar de esa manera, pero, mi sensibilidad me llevó a pensar en cuántos niños y ancianos, aquella noche, se durmieron sin haber comido nada durante todo el día.
Recostado en mi sillón volvía a mi mente la imagen de aquel joven, pensé en su familia y en qué podría sentir su madre si lo viera comer basura, porque eso no era comida, era basura. Debo admitir que nunca en mi vida he aguantado hambre por necesidad, tal vez por obligaciones o compromisos he tenido que postergar la ingesta de alimentos, pero, siempre con la firme convicción que a la hora que quiera o pueda ahí estarán mi comida. Una cantidad enorme de pensamientos gaseosos y preguntas sin resolver salían de mi cabeza; pensé en los estudiantes que cuentan con restaurante escolar o universitario, ¿qué harán esos niños y jóvenes los fines de semana cuándo no hay clases?
Hace pocos días hubo una protesta carcelaria por la mala alimentación que les dan a los reclusos; reiteradamente se viene denunciando que las comidas en algunas cárceles no tienen las condiciones mínimas de higiene poniendo en riesgo la salud de los que allí residen, esto sin contar con los horarios extremos en los que reciben sus alimentos. No hay derecho a tanta ignominia, ellos se equivocaron, pero merecen comer adecuadamente, el hambre no tiene credo o partido político, el hambre nos da a todos por igual.
Me conmoví al recordar que, en tantos años de vida, nunca he visto un gobernante preocupado por el tema del hambre, siempre piensan en cemento y en hablar y hablar de la seguridad; qué pueden hablar de hambre personas que no les falta nada en la mesa y todo les sobra. Recordé que algún día, en una universidad de mucho caché en la ciudad, hablaba con un colega del tema y, en esos dimes y diretes, me contaba que había jóvenes que compraban comidas costosísimas solo con el ánimo de llamar la atención de sus compañeras, ni siquiera las probaban, aquellos suntuosos platos solo servían para aparentar. Triste pero cierto.
Resulta paradójico, otrora la ciudad de Medellín era modesta sencilla y sin tantos lujos, pero vivíamos bien y había comida; hoy que la ciudad, supuestamente, ha avanzado y progresado recibiendo premios y premios como una de las mejores ciudades, el hambre pulula por todos lados, solo basta con ver la cantidad de habitantes de calle con hambre deambulando por todos lados. Conozco personas chicaneras y presumidas que dejan de comer por aparentar riqueza, imbéciles que buscan un lugar destacado en la sociedad sin pensar que en el cementerio todos somos iguales.
En medio de la desilusión, y falta de apetito, al recordar aquel joven acurrucado comiendo miserias, me dispuse a escribir sobre el tema, revisé los desalentadores últimos informes de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y las cifras reflejadas en las hambrunas que enfrentan algunos países del mundo por efectos de la guerra y malos gobiernos.
Para terminar, traigo a colación al gran escultor antioqueño, Guillermo Sánchez Betancur, oriundo de Fredonia y discípulo del maestro Rodrigo Arenas Betancur, quien hace pocos días me decía que la gente en su pueblo, años atrás, se alimentaba mejor; con minuciosidad y con esa chispa de jocosidad me dijo: “en mi pueblo los campesinos mantenían una extensa y nutrida minuta gastronómica, a las seis de la mañana se servían los “tragos”; una buena taza de café o agua de panela con limón. Al ratico, siete de la mañana, se desayunaba en no pocas cantidades, desayuno que consistía en arepa de maíz sancochao, de mote o maíz capio, se ajustaba con roscas de pan de yuca o pan de queso, no faltaba el calentado y la buena taza de cacao espeso. Entre las diez y las diez y media se tenía la “media mañana”, semejante al desayuno, pero en menor cantidad. Al llegar el medio día, se servía el almuerzo, que consistía en un sancocho montañero acompañado de una arepa redonda, aguacate y ensalada. A las cuatro de la tarde se tomaba el “algo”, que podía ser chocolate con arepa o mazamorra con panela, algo suave porque muy cerca, a las seis de la tarde, todos se disponían a cenar los frijoles que no podían faltar, algunas veces con coles acompañados de huevo o chicharrón. Después de haber quedado bien jinchos (llenos), los niños corrían y se divertían, mientras los adultos jugaban naipe, parqués o dominó, eso sí, antes de ir a dormir se debía merendar; volver a comer, en esta ocasión se servía agua de panela caliente con pan de yuca o pan de queso”. Gran respeto y admiración por el maestro Guillermo, buen amigo. ¡Ah!, volvió a mi mente el joven acurrucado comiendo basura.
Pd: hoy la gente come, no se alimenta.
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