Sensatez y sentido común: Pilares urgentes para el próximo presidente de Colombia
Resumen: En Colombia, la próxima presidencia exige sensatez para gobernar y sentido común para conectar con las urgencias ciudadanas, priorizando lo práctico y la transparencia sobre la polarización y el populismo.
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Colombia se encuentra, una vez más, en una encrucijada histórica. Mientras la violencia controla regiones olvidadas y la fe en las instituciones se desmorona, el país no necesita un líder que prometa milagros, sino uno que combine sensatez para gobernar y sentido común para conectar con las verdaderas urgencias de la gente.
La próxima campaña presidencial no puede ser un espectáculo de eslóganes vacíos o confrontaciones estériles: debe ser un espacio para priorizar lo práctico sobre lo ideológico, lo colectivo sobre lo sectario.
1. La sensatez: Antídoto contra la improvisación
Un presidente sensato es capaz de escuchar, analizar y actuar sin caer en la arrogancia del poder. Colombia ha pagado caro el precio de gobiernos que, en nombre de la urgencia, han tomado decisiones cortoplacistas: desde reformas mal diseñadas hasta diálogos irreales con actores armados. La sensatez exige:
– Prudencia fiscal: Evitar gastos populistas que hipotequen el futuro, como subsidios insostenibles o megaproyectos sin estudios técnicos.
– Diálogo sin ingenuidad: Negociar con garantías, pero sin romantizar a grupos violentos.
– Transparencia: Rendir cuentas claras, incluso cuando los resultados sean adversos.
Un líder con sensatez no vende soluciones mágicas, sino que construye sobre lo posible. Como dijo el filósofo Edmund Burke: “La prudencia no es solo una virtud moral, sino política”.
2. El sentido común: La campaña que Colombia merece
Si la sensatez debe guiar al próximo mandatario, el sentido común debe ser el eje de su campaña.
Esto implica hablarle a la ciudadanía con honestidad, reconociendo problemas que todos ven pero muchos evitan nombrar:
– Priorizar lo básico: Seguridad alimentaria, acceso a agua potable y salud pública no son temas “poco glamurosos”, son derechos.
– Combate a la corrupción: No se necesitan leyes revolucionarias, sino aplicar las existentes y fortalecer sistemas de vigilancia.
– Educación real, no discursos: Menos retórica sobre “el futuro de los jóvenes” y más inversión en infraestructura escolar y formación docente.
Una campaña estructurada en torno al sentido común evitará caer en la trampa de las agendas importadas o los debates abstractos. Los colombianos no piden teorías económicas sofisticadas, sino saber cómo llegar a fin de mes; no exigen geopolítica grandilocuente, sino calles sin miedo.
3. La combinación perfecta: Cuando la sensatez y el sentido común se encuentran
Estos dos conceptos, lejos de oponerse, se potencian. El sentido común identifica problemas concretos (ej: el desempleo juvenil); la sensatez diseña soluciones viables (ej: alianzas entre empresas y escuelas técnicas).
Un ejemplo: ante la crisis climática, el sentido común exige proteger los páramos y los ríos; la sensatez, en cambio, obliga a buscar transiciones energéticas graduales que no dejen sin trabajo a comunidades dependientes del carbón, o al país sin gas.
4. Un llamado a los candidatos (y a los votantes)
A los aspirantes presidenciales: La historia juzgará si prefirieron alimentar la polarización o apostaron por propuestas serias. Una campaña basada en sentido común no renuncia a las convicciones, pero sí a la demagogia.
Reconozcan, por ejemplo, que no hay atajos para la paz: requiere tiempo, recursos y consensos.
A los ciudadanos: Exijamos planes, no promesas. Un candidato sensato no gritará más fuerte, pero tendrá la templanza para responder en crisis.
Uno con sentido común no nos hablará de “cambiar el sistema”, sino de cómo mejorar el transporte que usamos cada día.
Colombia ya ha experimentado los extremos: desde utopías violentas hasta tecnócratas desconectados de la realidad. Hoy, el país clama por un liderazgo que una la inteligencia emocional de la sensatez con los pies en la tierra del sentido común.
La tarea no es fácil, pero como sociedad, debemos premiar a quienes entiendan que gobernar no es imponer una visión, sino administrar sabiamente las complejidades de un país diverso y herido.
La próxima presidencia no será para el más carismático, sino para el más sensato y la campaña que merecemos no es la más ruidosa, sino la más lúcida.