En Un lunar en el sol, la obra teatral de Lorraine Hansberry —no confundir, por una letra, con la película de Liz Taylor y Montgomery Clift—, un personaje exclama: “¡Quiero volar! ¡Quiero tocar el sol!”, y su mujer le responde: “Primero cómete los huevos fritos”. Descubrí este diálogo gracias a Stephen King. En su fabuloso Mientras escribo, el autor cuenta que se enamoró de Tabitha, su esposa, en un taller de poesía. En aquellas reuniones, “si se le ocurría a alguien preguntar al poeta por el significado del poema, se exponía a una mirada de desprecio y el silencio incómodo del resto del grupo”. Al escritor y a su inminente novia les unió, por supuesto, el rechazo a la vaguedad creativa disfrazada de trascendencia. A King le enamoró de Tabitha que, para ella, “escribir poesía (o cuentos o ensayo) tenía tanto que ver con fregar suelos como con los episodios míticos de revelación”.