Por el ocio de la lectura

hace 2 horas 3

Por Cristian Aristizábal.

Las páginas parecían danzar al ritmo de sus dedos. Era el ritmo perfecto para disfrutar del cambio sistemático que implica pasar y pasar hojas para poder avanzar.

  • La lectura era única. Elocuente, vivaz, plena. Y se llenaba de fuerza cuando el dedo índice se posaba en la esquina superior derecha para luego, cargado de la sensualidad que brinda la voz escrita, deslizarse hacia abajo al compás de una danza lenta que va levantando suavemente esa página que, después de ser leída en su totalidad, va a pasar a ser parte de la historia.

    Bastó ver a alguien más leyendo en la esquina de un café para esgrimir esas pocas líneas y pensar en las preguntas que se han topado quienes tienen el gusto creado o el vicio insalvable de adorar los libros: ¿para qué leer?, ¿para qué tanto libro?

    Quienes se dedican a escribir y por ende, a darle vida al objeto llamado libro que ha perdurado a lo largo de los años, han tenido muchos argumentos para responder a todas esas preguntas que brotan de las entrañas de quien no disfruta de la magia que transmite el papel. Por eso siguen apareciendo libros y lectores, y es que la lectura es un viaje que abarca las muchas formas e interpretaciones del universo que nos rodea y es ahí donde se aglomeran las riquezas del pensamiento, las maravillas de las visiones y la elocuencia del lenguaje. Irene Vallejo (2021) mediante alguno de sus párrafos poéticos del libro El infinito en un junco dice: “Reunir libros existentes es otra forma —simbólica, mental, pacífica— de poseer el mundo. [...] Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad. [...] En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo” (p. 40).

    Otras columnas: Tierra mía

    En efecto, pensar en los viajes, en las formas de escapar de la realidad o en la manera de acaparar el mundo en su totalidad a través de los libros, está lejos de la creencia fiel de la academia que nos lleva a adoptar la lectura como un medio para enriquecer nuestros hemisferios cerebrales con datos y datos que deben tener un fin en específico. En este ejercicio, se dejan de lado los placeres de la contemplación y el disfrute. Esto reduce la lectura a un plano meramente racional en el que los datos deben presentarse de forma diáfana para ser utilizados en su totalidad para algo productivo. Y ante esto vuelven las preguntas: ¿para qué los libros?, ¿para qué la lectura?

    Pues bien, aquí no pretendo condenar ninguna forma de lectura, pero sí quiero rescatar la forma de leer que está regida por el ocio. Y ojo, porque esto no tiene nada que ver con la falta de rigurosidad. Hacer una apología de esto sería alabar la mediocridad. Por el contrario, hablar del placer de la lectura es abrirse a los diferentes modos que pueden coexistir en los escritos. Hacerse a un lado de los regímenes normativos es darle paso a la intertextualidad, la conversación, la interpretación y la conexión con las distintas ramas de la conciencia humana. Pues en efecto, creo que la lectura es transformación más que acumulación. Sobre esto el escritor Joan-Carles Mèlich (2020) dice:

    La lectura no tiene nada que ver con adquirir una información, o unos conocimientos, no tiene nada que ver con la erudición, o con pasar el rato. Todo lo contrario, es una experiencia corpórea, y, precisamente por eso, aprender a leer es iniciar un viaje en el que la formación pasa por una transformación de sí” (pp. 25-26).

    La acumulación de datos está bien. No soy nadie para satanizar ni juzgar esa forma de relacionarse con la lectura. Lo que sí creo fielmente, es que la lectura es un encuentro con una realidad que no marca límites y no dicta normas, y ahí es donde se reproduce la riqueza humana: en la multiplicación de letras que recrean y describen las maneras que optamos para narrarnos. Ahí hay riqueza y en esa riqueza está el goce de la contemplación.

    De esta forma, reitero que la lectura por ocio no es mediocridad ni simpleza. Es más bien una dinámica placentera que abre un panorama de posibilidades en el que la experiencia de la lectura es una transmisión de lenguaje donde se conecta la historia con el presente y los escritores con los lectores.

    Y es que, desde el gusto lector, al ver otro lector no me queda más que tratar de imaginar la alegría que le transmiten los libros. Tal vez por eso me quedé meditando sobre:

    Todo el movimiento que simula una coreografía, el que parece ser una historia ajena pero a la vez, es un relato que al ser simultáneo hace parte del recorrido lector que inicia con la letra mayúscula que le da entrada a los párrafos y acaba con un punto final.

    Todo el ejercicio de leer termina siendo una experiencia lectora.

    Es todo un viaje que combina lo musical con la tinta impresa en la pista de baile por donde se deslizan los dedos. Es la magia de la vida envuelta en unas páginas que reflejan lo absoluto de la totalidad en un objeto pequeño, manejable, liviano, palpable, modular…

    ¡Qué ejercicio! ¡Qué precisión rítmica! ¡Qué viaje!

    … Como para que digan que leer es una bobada que solo devela simpleza.

    Referencias

    Mèlich, J. (2020). La sabiduría de lo incierto. Tusquets.

    Vallejo, I. (2021). El infinito en un junco. DeBolsillo.

    • Desarticularon red de microtráfico vinculada al Clan del Golfo en El Santuario
    • El derecho a no hacer

      El derecho a no hacer

      “Hemos naturalizado la idea de que detenerse es sospechoso. Quien se toma un tiempo, quien no corre al mismo ritmo, despierta miradas de juicio y frases disfrazadas de consejos”.

    • La muerte de Francisca

      La muerte de Francisca

      Crónica merecedora de la única mención de reconocimiento en el I Premio Subregional de Crónica Carlos Jiménez Gómez.

    Leer el artículo completo