
El ciclismo de élite es como el boxeo: un toma y dame constante. Más cuando los favoritos para ganar la clasificación general de una grande como el Tour de Francia, por ejemplo, tienen opciones reales de ganar una etapa. El martes, la crema y nata del pedalismo llegó, con opciones de victoria, a los últimos kilómetros en la cuarta etapa de la Grande Bouclé.
Faltando cinco para llegar a la meta empezó el ajedrez en movimiento, los leves ataques que buscaban medir las piernas que tenían los corredores, hacer que gastaran energía, que se preocuparan por no dejar que el rival se fuera adelante. La lucha entre el Visma y el UAE, equipos de Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar, estuvo pareja.
Van Aert tirando, intentado abrirle espacio a Jonas, ganador de la carrera francesa en 2022 y 2023. Joa Almeida, por su parte, haciendo lo propio con “el niño prodigio”, el nuevo “canibal”. Pogy, como lo conocen en el pelotón, se llenó de confianza. Lanzó un ataque en el inico de la subida, compleja, a la meta. Pareció descolgar a todo el mundo, pero Vingegaard, que no se relega a ser segundo, le cortó la distancia.
Pogacar frenó. El mago, el experto en el arte de esperar, dio de nuevo una muetra de su ley. Cuando el pelotón, en el que venía Mathiue Van Der Poel, líder de la general, con la camiseta amarilla desde la segunda fracción, Pogacar se fue de nuevo para atrás. Mateo Jorgersson intentó hacer el tren de lanzamiento para Vingegaard.
Sin embargo, Pogacar, como los mejores guerreros, atacó por la espalda, cuando nadie lo esperaba y demostró que él solo es más fuerte que cualquiera. En el sprint en terreno inclinado, montañoso, donde Van Der Poel era favorito por historial, Tadej sacó todo su potencial: se fue por un lado, demostró que es el rey. Ganó la etapa.
Esta fue su victoria 100 como ciclista profesional. Logró lo que pocos, con apenas 26 años. Por eso, celebró con tanta felicidad cuando cruzó la meta, después de un esfuerzo descomunal. Es la historia del ciclismo moderno frente a nosotros.