Perú se acerca a 2026 con un crecimiento que apenas roza el 2 % y sin presiones inflacionarias ni turbulencia cambiaria, pero también sin traducir la expansión en mejor calidad de vida. La inseguridad encabeza las preocupaciones, mientras el Congreso, partidos y sistema de justicia mantienen una desaprobación crónica. La ciudadanía —distante y recelosa— parece haber renunciado a esperar soluciones “desde arriba”; esa resignación condicionará el voto.