
1. Conocí a T. cuando coincidimos en el aula del cuarto grado de primaria. Él era uno de los 40 muchachos del barrio que serían mis compañeros de curso durante aquel año remoto. De muchos de ellos hace tiempo perdí la pista. Como suele suceder con el correr de los ríos de la vida, sé que ya algunos están muertos. También que otros viven lejos (incluso muy lejos) y de otros no tengo ni idea de dónde habrán ido a parar. Pero T., no. Él sigue ahí, resistiendo, como yo, en el viejo barrio, en la misma casa cada vez más desvencijada donde nació, apenas a tres cuadras de la mía.