
A la quinta hora de encierro, Julio —su nombre es ficticio por seguridad— rompió en llanto. Es maestro de una escuela pública en la costa ecuatoriana, había tratado de mantenerse sereno desde el momento en que le dijeron que estaba secuestrado y que pensara con quién negociaría su libertad. Pero él sabía que lo que realmente estaba en juego no era un rescate: era su vida.



