Hoy, 19 de octubre, la juventud colombiana tiene una cita con la patria, con la democracia y con el Estado de Derecho y sus instituciones republicanas. En efecto, hoy se celebran las elecciones para elegir Consejos Municipales y Locales del Juventud, en las que únicamente podrán sufragar jóvenes entre 14 y 28 años.
Esta jornada electoral es atípica, en razón a que estarán habilitados para votar jóvenes que aún no han llegado a la mayoría de edad, lo que constituye una excepción a la inhabilidad que establece la ley, en cuanto a la capacidad de los menores para ejercer derechos y asumir obligaciones, como quiera que, por regla general, entretanto llegan a ella, la representación, la administración y el usufructo de sus bienes, corresponde a los padres.
El fin de estas elecciones es permitir que los jóvenes tengan activa participación en el diseño de los planes de desarrollo municipales y con ello, posibilitar que las nuevas generaciones intervengan y tengan interlocución en la construcción de las agendas públicas locales, así como en la destinación y manejo pulcro, eficiente y eficaz de los recursos económicos que administran los municipios.
El derecho a votar es esencia y cimiento de la democracia, y su ejercicio universal, permite a los ciudadanos elegir de manera libre y secreta a sus representantes, al punto que, no se puede hablar de democracia, cuando no existe el derecho al sufragio o este se restringe.
El voto es a la democracia, lo que la libertad es a la vida; vital, capital, inalienable e irreductible, y, si bien la democracia no es perfecta, sí es perfectible y hacerla perfecta, es decisión de una nación al acoger la educación como eje de su desarrollo y avance. De ahí la importancia superlativa de promover educación y cultura democrática, así como aprecio por el voto en las nuevas generaciones.
Con no poca razón y mediante agudo y provocador sarcasmo Winston Churchill sentenció: “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”.
Y fue en la añosa Atenas, donde nació y se edificó la democracia, y su punto de partida fue la creación de la asamblea de ciudadanos, foro en el que se discutían y adoptaban las directrices que debía seguir el refinado pueblo ateniense en cuanto a su organización, sostenibilidad fiscal y mantenimiento del orden público, así como para elegir a los ciudadanos que los representarían y tendrían a su cargo tan honrosas y graves responsabilidades.
Pero en la adelantada Grecia la participación de los ciudadanos no era universal, estaba restringida a quienes no fueran varones adultos, al igual que para las mujeres, los esclavos y los extranjeros.
A su vez, en Roma, el derecho al sufragio estaba reservado a los patricios y comunes mayores, quienes solo podían ejercerlo para elegir magistrados para el Senado, pero siempre y cuando pertenecieran a esferas educadas y cultas, al punto que no bastaba la riqueza del elector, era necesaria su buena educación. A las mujeres, los esclavos, los libertos y los parías, no se les permitía votar.
Para desgracia de la humanidad, con la caída del Imperio Romano, la dominación de los bárbaros y la posterior formación de las monarquías absolutas, el voto se extinguió o al menos se debilitó, por no ser compatible con la retardataria mentalidad bárbara o con la designación y entronización supuestamente divina de los monarcas.
Por fortuna, a partir del Siglo XVII, con la llegada del iluminismo y del triunfo del Racionalismo, se revaluó la legitimidad de la autocracia, así como el carácter divino de la realeza, dando paso a la noción de soberanía, y más que a ella, en quien residía.
A partir de este momento, y, gracias al esclarecido pensamiento humanista de Rousseau, Voltaire y Montesquieu, para el mundo civilizado y libre, la soberanía de una nación se vivifica en el pueblo; los ciudadanos deben ser libres e iguales, y; el derecho al voto por ser inherente y consustancial a la libertad, es inconculcable. Estas prédicas inspiradoras, leseferianas y libertarias, le han servido de sustento y fundamento a la democracia moderna hasta nuestros días.
Pero son muchas las amenazas que acechan la libertad del sufragio, y buena parte de ellas, promovidas por fletadores de turbas, por falsos agentes de las necesidades, angustias y esperanzas populares, y por mercantes del erario, quienes, supuestamente abogan por la vigencia de la libertad y el orden, pero que en realidad solo pretenden perpetuarse en el poder, mantener sus botines burocráticos, engrosar sus arcas personales y promover la anarquía.
Los vicios del sufragio deben ser extirpados, y los jóvenes deben ser los primeros en repudiarlos e inmunizarse a ellos, de manera que no contaminen a las futuras generaciones.
Es por esto, que el Estado tiene la perentoria obligación de garantizar la libertad de los electores, por medio del diseño, implementación y articulación de mecanismos eficientes y oportunos de inspección, vigilancia y control de la actividad electoral, así como de reprimir a quienes transgreden las normas que la regulan. En Colombia el cumplimiento de tan importante deber, le corresponde al Consejo Nacional Electoral y lo cumple a cabalidad por medio de los Tribunales de Garantías y Vigilancia Electoral que elige en cada departamento.
Ojalá que la jornada de elección de los Consejos de Juventud, sea una cita con la libertad y el inicio de una nueva primavera de la democracia, en la que los jóvenes electores participen masivamente y ejerzan el derecho que les confiere la ley para incidir favorablemente en el avance y desarrollo de la nación.
¡Los jóvenes tienen la palabra!
© 2025. Todos los Derechos Reservados. *Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado. Esp. Mg. LL.M. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.Las opiniones que aquí se publican son responsabilidad de su autor.