“Hace mucho calor”, se disculpa en un español cargado de acento francés un turista ante la invitación de un cochero para dar una vuelta turística a bordo de su calesa. Él y su caballo están apostados en una de las escasas sombras que ofrecen los naranjos que bordean la catedral de Sevilla. Como él, otros cuatro compañeros con sus animales se protegen de los casi 36º que marca el termómetro. Son los únicos que desafían al mediodía la ola de calor. “Agosto no suele ser de los mejores meses para nosotros, pero con estas temperaturas los viajes aún se reducen mucho más”, constata el hombre, que prefiere no dar su nombre. Explica que tampoco hidrata más al equino que en otras épocas del año. “Hay que darle agua siempre y de la misma manera”, añade. En el caso de la capital hispalense, el Ayuntamiento tampoco impone requisitos específicos para proteger a los caballos en esta estación.