Es un filón. Es el cine o, en este caso, las series de tacitas, que reflejan los agitados universos del siglo XVIII y XIX entre tediosas o tumultuosas escenas en comedores, cocinas, dormitorios o inmensos jardines en casas victorianas, en chateaus franceses o en mansiones sureñas norteamericanas, en las que nunca faltan juegos de loza de té o café. Narran, con mayor o menos ventura, vidas peligrosas que transcurren entre espacios abiertos, embarrados y verdes, en habitaciones sofocantes, con un hálito espeso como de enfermedad incurable, o en oscuros establos, con olor a heno sucio y un aire de pólvora de las pistolas de caballería.