Duele todavía ver las imágenes en las que un policía atenaza el cuello de Israel Vallarta mientras lo enfrenta a las cámaras de televisión, interrogado por un secuestro del que se le acusa. Con la cabeza gacha, apenas esboza unas palabras y si se consideran incorrectas, el policía le aprieta las cervicales. Con signos de tortura evidentes, el hombre se encoge de dolor. México entero observó atónito en directo, desde sus casas, la supuesta resolución de un caso criminal que acabaría con el joven y su novia, la francesa Florence Cassez, entre rejas. Aquel 8 de diciembre de 2005, un montaje televisivo daba inicio a una de las historias policiales más rocambolescas y perversas que hayan conocido los tribunales mexicanos. Vallarta entró en prisión en silencio y ha salido hablando como un abogado. “Se van a conocer muchas verdades y habrá consecuencias para los responsables. Yo siempre fui inocente”. Entró con 35 años y ha salido con 55 y una cara de felicidad que solo dejó escapar unas lágrimas al recordar a sus padres, muertos mientras él penaba en el Altiplano, una cárcel de alta seguridad donde también ha estado encerrado su verdugo, Luis Cárdenas Palomino, por torturas. Entró con una novia y ha salido para abrazar a su nueva esposa, a quien conoció en prisión y entregó un anillo de papel que sellaba su compromiso. Entró como un villano y ha salido prácticamente como un héroe.