Han transcurrido nueve años desde el instante en que la tragedia marcó el municipio de La Unión. El Cerro Chapecoense, conocido antes como Cerro Gordo, sigue siendo un monumento natural al dolor y la solidaridad. La montaña fue el final de una historia de ascenso deportivo, cobrando la vida de 71 personas y dejando una herida abierta entre Colombia y Brasil.
Hoy, la vereda Pantalio, en el municipio de La Unión al oriente de Antioquia, vuelve a vivir, en la quietud de la mañana, el recuerdo de las 10:15 de la noche, cuando el avión que transportaba al equipo Associação Chapecoense de Futebol se estrelló. La causa, confirmada posteriormente: la falta de combustible.
El relato de lo ocurrido inmediatamente después del impacto se escribe con el esfuerzo de la gente sencilla. Mientras el mundo se enteraba de la catástrofe por los medios, los campesinos de La Unión ya estaban en movimiento. Guiados por el ruido y el instinto, y sin herramientas especializadas, se adentraron en la oscuridad y la densa niebla para buscar sobrevivientes.
Esa acción inmediata y heroica fue crucial. El esfuerzo de la comunidad y los rescatistas permitió localizar con vida a seis personas: los futbolistas Alan Ruschel, Jackson Follmann y Neto, la azafata Ximena Suárez, el técnico de vuelo Erwin Tumiri y el periodista Rafael Henzel. La solidaridad espontánea de un pueblo que sintió la emergencia como propia fue determinante para el rescate.
Dos días después, el dolor se transformó en un acto de hermandad sin precedentes en el Estadio Atanasio Girardot de Medellín. Atlético Nacional, el equipo al que Chapecoense iba a enfrentar, convocó a un homenaje. El estadio se llenó con más de 40.000 personas, y miles más se congregaron fuera, en un luto compartido.
El gesto más recordado fue la petición formal de Atlético Nacional a la CONMEBOL para que el título de la Copa Sudamericana le fuera otorgado al club brasileño. Este acto se convirtió en un potente mensaje de deportividad y humanidad, demostrando que el vínculo entre las dos naciones era más fuerte que cualquier rivalidad.
Las placas y cruces conmemorativas en el sitio mantienen viva la memoria. La tragedia del Chapecoense no solo enlutó al fútbol sudamericano; dejó una lección perenne sobre la fragilidad de la vida y la capacidad inigualable de las comunidades para responder al dolor con apoyo incondicional.
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