
Al principio el tango fue un abrazo. Unos recuerdan que ese abrazo fue como un chispazo eléctrico que sacó del coma a su corazón malherido; otros recibieron un abrazo de refugio que mientras bailaban les hizo olvidar un dolor; y los hay también que aceptaron con curiosidad los brazos abiertos que encontraron tras una puerta desconocida. Los senderos se bifurcan después, pero ese recuerdo persiste y muchos regresan, presos de una fiebre que los lleva a bailar hora tras hora, día tras día, como descendientes de Troffea, esa mujer que en 1518 inició una misteriosa epidemia de baile en la ciudad francesa de Estrasburgo.



