Antes el arte encendía la vida. Antonio Lamela replicaba en el patio de luces de la calle de O’Donnell, 34 —donde aún se conserva su primer estudio— la pintura abstracta de Piet Mondrian con teselas. Javier Sáenz de Oiza imaginaba en piedra, junto a su amigo el escultor Jorge Oteiza, la basílica de Aránzazu (Gipuzkoa). El mago del hormigón Fernando Higueras creaba trazo a trazo, con Eusebio Sempere, el Instituto del Patrimonio Cultural de España. Y Pablo Palazuelo y Francisco López colaboraban en la sede central de Bankinter y su peculiar revestimiento de pequeños ladrillos, resultado de una conversación entre Ramón Bescós y Rafael Moneo.