En tanto politólogo peruano sufro una dolencia crónica: explicarle a un extranjero la política de mi país. Como en la vieja frase, todo lo sólido se desvaneció en el aire. Las categorías que suelen brindar puntos de apoyo para el análisis político —ideologías, partidos, instituciones, estrategias, actores— se desmigajaron hasta no significar nada. Una política vaciada de todo contenido. Las cosas más graves simplemente ocurren, nadie las planea y, menos aún, tiene capacidad de controlarlas. Se abisman como un alud sin cauce.