El fútbol simplifica sus escuelas con un viejo mapa: el entrenador motivador y el entrenador intervencionista.
Directores Técnicos, Nómadas del Fútbol
Resumen: Cuando un entrenador se marcha por éxito, el club suele buscar a alguien de su misma escuela, como si la continuidad fuera una forma de protección contra el vacío. Se aferran a esa idea de “sigamos por aquí”, porque aquello que funciona invita a la fidelidad.
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En el fútbol profesional, el entrenador vive siempre con la maleta a medio hacer. Su profesión no concede treguas: se va por éxito o por fracaso, pero siempre termina yéndose. El triunfo lo proyecta hacia equipos más grandes; el tropiezo lo condena a la puerta de atrás, esa por la que regularmente salen los que trabajaron mucho pero no alcanzaron lo suficiente. Y, sin embargo, en ambos caminos termina ocurriendo lo mismo: el club que queda atrás comienza a mirar el mercado como quien reinventa la vida después de un desamor.
Cuando un entrenador se marcha por éxito, el club suele buscar a alguien de su misma escuela, como si la continuidad fuera una forma de protección contra el vacío. Se aferran a esa idea de “sigamos por aquí”, porque aquello que funciona invita a la fidelidad.
Pero cuando el entrenador se va por fracaso, ocurre lo contrario: la institución gira 180 grados, como si la identidad fuera una prenda de vestir que se cambia según la temperatura del resultado. Donde hubo pausa, ahora quieren vértigo; donde hubo método, ahora piden emoción; donde hubo cálculo, reclaman intuición.
El fútbol simplifica sus escuelas con un viejo mapa: el entrenador motivador y el entrenador intervencionista.
Uno acompaña la emoción, el otro moldea la idea. Uno camina al lado del deportista, el otro convierte el juego en un laboratorio. Ambos legítimos, ambos necesarios, ambos incompletos.
Cuando pierde el motivador, la tribuna intelectual exige método: “Hace falta estructura”, repiten como si fuera una llave maestra. “Deben trabajar más el modelo, más la idea, más la repetición”.
Cuando pierde el metódico, la crítica se da vuelta y dispara en sentido contrario: “está muy pendiente del esquema y poco del ser humano”.
“Falta cercanía, falta sensibilidad, falta tocar el corazón de los jugadores”.
Así es esta profesión: un péndulo que oscila sin descanso entre opuestos que se necesitan. Un día eres la solución y al siguiente el diagnóstico de un mal que siempre estuvo ahí.
Pero el verdadero punto de quiebre no es la escuela.
No es el método ni la charla emocional.
No es la tabla de posiciones.
El entrenador que fracasó (o que triunfa solo por un instante) es el que deja de ser auténtico.
El futbolista, es un ser sensible, sea de donde sea, detecta la impostura con una precisión que la ciencia aún no ha podido explicar. Ellos saben cuándo un entrenador habla desde el corazón y cuando lo hace desde el cálculo. Saben quién cree en lo que dice y quien recita un discurso aprendido. Pueden sentir la temperatura espiritual de una idea antes que esta llegue al pizarrón.
Y ahí, en ese punto sutil e invisible, se decide el destino.
Puedes ser motivador o intervencionista, filosófico o pragmático, poético o analítico. Puedes cambiar de club (porque todos cambian) y volverán a cambiar.
Lo que no puedes dejar de ser es tu mismo.
Porque en un juego donde el camerino esconde verdades y el balón no miente, la autenticidad es el único valor que los jugadores reconocen sin dudar.
La esencia del entrenador no está en sus estructuras sino en su ser. Y cuando esa esencia conecta, el equipo responde.
En un mundo donde todos hablan de estilos, pizarras y escuelas, el entrenador que perdura es el que no renuncia a su identidad. Ese que puede perder partidos, pero nunca perderse así mismo.
Las opiniones que aquí se publican son responsabilidad de su autor.

hace 2 semanas
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