Delincuentes en tarima, demócratas en la tumba

hace 2 meses 15

Delincuentes en tarima, demócratas en la tumba

Resumen: Tan indignante como el crimen en sí ha sido la respuesta —o más bien, la falta de ella— del gobierno nacional y, en particular, del presidente Gustavo Petro.

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Colombia ha presenciado un magnicidio, después de 30 años. Asesinaron a Miguel Uribe Turbay no fue un accidente, ni una tragedia aislada. Fue un acto político, con un hilo conductor de mensajes de Gustavo Petro, que destilando odio terminó sentenciando un retroceso de la historia del país. Un mensaje macabro contra quienes aún creemos en el Estado de Derecho, la democracia y la posibilidad de hacer oposición sin jugarse la vida.

Pero tan indignante como el crimen en sí ha sido la respuesta —o más bien, la falta de ella— del gobierno nacional y, en particular, del presidente Gustavo Petro.

Petro, que se ha cansado de pedir “diálogo” con grupos armados, que abraza a cabecillas del ELN como si fueran líderes sociales, que se sube en tarimas en Medellín con criminales reciclados como “gestores de paz”, no tuvo ni una palabra de respeto, ni una expresión institucional, ni un gesto humano hacia la familia de Miguel Uribe. No porque no pudiera, sino porque no quiso.

Y cuando el poder calla, sus cómplices gritan. Alfredo Sade, el jefe del gabinete del petrismo y conocido por su tono pendenciero, se burló públicamente del asesinato de Miguel Uribe equiparando que este magnicidio es “como el riesgo de caerse en bicicleta” Una frase infame, indigna, que debería bastar para expulsarlo del debate público.

Pero no: desde Palacio no hubo condena, ni distancia, ni siquiera una amonestación. Nada. El silencio de Petro, una vez más, funciona como aval.

¿Estamos normalizando el asesinato político? ¿Vamos a permitir que la violencia contra quienes piensan distinto se convierta en una anécdota de redes sociales? Miguel Uribe Turbay que aparte de ser mi amigo con quien recorrimos Bogotá, realizamos varias marchas multitudinarias que estresaron al gobierno. Era un político joven, con formación, con argumentos, con firmeza, sí, pero con respeto por la institucionalidad.

Era incómodo para Petro porque le hacía oposición con altura. Su muerte debería haber sido un momento de unidad, de duelo nacional, de defensa de la democracia. Pero en vez de eso, el oficialismo se atrincheró en el desprecio.

Gustavo Petro ha demostrado una y otra vez que no gobierna para todos los colombianos. Gobierna para sus aliados, para sus fieles, para sus viejos camaradas armados y para los nuevos “gestores” que salen del monte o de las comunas a cambio de impunidad. Mientras abraza a quienes le dispararon al país durante décadas, ignora el asesinato de un joven político que representaba la civilidad democrática.

Esto no es solo un desprecio a la oposición: es un desprecio a la vida. Y es, sobre todo, una advertencia de lo que este gobierno está dispuesto a tolerar —o a celebrar en silencio— si le resulta útil en su cruzada de poder.

La historia ya tomó nota. Y la pregunta ya no es qué tan bajo puede caer este gobierno, sino hasta cuándo el país lo seguirá permitiendo.

@josiasfiesco

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