Capítulo 9: Juegos, labores y conexiones: la construcción de un pueblo

hace 1 mes 8

En este capítulo, quiero compartir algunas de las experiencias más impactantes que viví durante mi infancia y adolescencia en Uramita. Historias donde la inocencia se mezclaba con la realidad cruda de un país en conflicto.

Scouts: Un proyecto de esperanza y tragedia

Cuando estaba en grado 10, debía cumplir con unas horas de alfabetización como parte de mis estudios. Pero yo quería hacer algo diferente, algo que no solo aportara al aprendizaje de los demás, sino que también despertara un espíritu de aventura y servicio en mi comunidad.

Fue así como nació mi interés por fundar un grupo de Scouts en Uramita. Todo comenzó cuando leí un cuento de Tintín en los Scouts. Esa historia me inspiró tanto que busqué más información en la pequeña biblioteca del pueblo. Lo que encontré me fascinó. El libro de Baden Powell hablaba de valores como la disciplina, la solidaridad, la superación personal y el amor por la naturaleza.

Con entusiasmo, reuní a un grupo de niños y jóvenes para enseñarles lo que había aprendido. Hacíamos la buena acción del día, aprendíamos canciones, oraciones, diferentes tipos de nudos y pruebas de supervivencia. Organizábamos pequeñas excursiones y acampábamos en los alrededores del pueblo, siempre con el espíritu de camaradería que yo tanto admiraba de los Scouts.

Pero la realidad de nuestra región no tardaría en mostrar su rostro más amargo. Un día, regresábamos de uno de nuestros campamentos y, al entrar al pueblo, encontramos un panorama devastador: Uramita había sido arrasada por una toma guerrillera.

El parque principal, que usualmente era un lugar de encuentro y alegría, estaba lleno de mercancías, utensilios, ollas y toda clase de objetos dispersos por la explosión que podíamos recoger y llevarnos sin que nadie dijera nada. Las calles desoladas reflejaban el miedo y la incertidumbre que había dejado la incursión armada.

Sigue al canal de WhatsApp de Opinión

La guerrilla había llegado al pueblo con ametralladoras, pipetas de gas y toda clase de armas. Los enfrentamientos con la fuerza pública eran brutales, y la tragedia no distinguía entre combatientes y civiles. Las pipetas de gas que lanzaban muchas veces caían en casas de personas inocentes, causando destrucción y dolor.

Fue entonces cuando recibí la peor noticia. Leticia Cifuentes, una de mis ayudantes más comprometidas en el grupo Scout, había quedado en el pueblo al cuidado de los más pequeños mientras nosotros estábamos en el campamento. Durante el ataque, un disparo le había atravesado el pecho, dejándola sin vida al instante.

Ese hecho lamentable nos golpeó a todos profundamente. La impotencia y la tristeza se apoderaron de nosotros, pero también entendí que lo que habíamos construido con el grupo de Scouts era valioso. Era un refugio en medio del caos, un intento por mantener vivos los valores que parecían desvanecerse entre la violencia y la desesperanza.

A pesar del dolor y el miedo, continuamos con nuestras actividades. Porque si algo nos enseñó aquella tragedia fue que, incluso en los momentos más oscuros, había que seguir adelante y construir un futuro mejor para nuestro pueblo.

Los pistoleros: Juegos que imitaban la realidad

Desde niños, la violencia que rodeaba a nuestra región era parte de nuestra cotidianidad. Las tomas guerrilleras eran tan frecuentes que, para nosotros, se convirtieron en una especie de juego macabro que llamábamos “Los Pistoleros”.

Sin ser del todo conscientes del horror que representaba, imitábamos a los guerrilleros y a los soldados. Construíamos trincheras de ramas y piedras, y simulábamos enfrentamientos con palos que usábamos como pistolas o fusiles. Nos dividíamos en bandos y tratábamos de tomar “territorios” que previamente habíamos delimitado.

Era una forma de jugar que reflejaba la realidad que veíamos con nuestros propios ojos. Porque cuando las verdaderas tomas ocurrían, el caos se apoderaba del pueblo. Guerrilleros armados con ametralladoras y lanzando pipetas de gas tomaban el control, enfrentándose a la fuerza pública en batallas que dejaban un rastro de destrucción.

Recuerdo cómo las pipetas de gas que lanzaban en su intento por desalojar a la policía a menudo caían en casas de inocentes. Cuando lograban tomar el control del pueblo, algunos policías eran secuestrados, y los comercios eran saqueados o desalojados.

Aquellos días de enfrentamientos dejaban al pueblo en ruinas. Pero también nos dejaban a nosotros, los niños, intentando darle sentido a esa realidad a través de nuestros juegos, como si jugar a la guerra fuera una manera de controlarla o entenderla.

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, puedo ver lo absurdo de nuestra inocencia, pero también reconozco que esa misma inocencia era nuestra única forma de enfrentar el miedo y la incertidumbre.

Las antenas: La lucha por la conexión al mundo

La violencia y la tragedia eran parte de nuestra realidad, pero también había otros problemas que afectaban nuestra vida diaria, como la falta de señal de televisión.

En Uramita, ver televisión era un lujo reservado para aquellos que lograban captar la señal de algún canal con una antena improvisada. Era común que varios hombres del pueblo, encabezados por mi papá, subieran al morro cercano cargando alambres, tubos y antenas rudimentarias con la esperanza de mejorar la señal.

Recuerdo claramente cómo, en medio de la señal intermitente y la imagen borrosa, vimos dos tragedias nacionales que dejaron huella en todos nosotros: La toma del Palacio de Justicia en Bogotá y la tragedia de Armero en noviembre de 1985.

A pesar de la precariedad tecnológica, esos momentos compartidos se grabaron en nuestra memoria colectiva. Era como si esas imágenes, aunque incompletas y parpadeantes, nos conectaran con un país que parecía tan lejano pero tan cercano a la vez.

Reflexión final:

Uramita fue un escenario donde la inocencia y la tragedia cohabitaban en un frágil equilibrio. Los juegos se mezclaban con la realidad violenta, y los sueños de un grupo de Scouts chocaban contra un conflicto implacable. Mientras tanto, las antenas improvisadas buscaban, entre el ruido estático, una conexión con el resto del país.

Desde esas experiencias difíciles, nació la resiliencia de un pueblo decidido a seguir adelante, aferrado a sus costumbres, su trabajo y sus esperanzas. Porque incluso en medio de la tragedia, siempre hubo quienes se atrevieron a imaginar un futuro mejor.

Aquí más Columna de Opinión

Las opiniones que aquí se publican son responsabilidad de su autor.

Leer el artículo completo