Amistades en los 20: ¿Por qué parece tan difícil mantener los amigos justo cuando más los necesitamos?

hace 2 semanas 6

“La amistad madura y se transforma, sí, pero también exige presencia, no física necesariamente, pero sí emocional”.

Por JAVA.

  • Durante la infancia, en el colegio, bastaba compartir el recreo para forjar amistades que duraban años. En la adolescencia, los amigos eran casi una extensión del cuerpo: cómplices, refugio, familia elegida. Pero algo cambia cuando se cruzan los 20. De repente, las conversaciones se vuelven esporádicas, los planes difíciles de cuadrar y los lazos que parecían indestructibles comienzan a aflojarse.

    Una conocida me contó hace poco que intentó revivir su grupo de amigas del colegio con una salida de sábado. Después de meses de intentar cuadrar horarios, la noche terminó en un restaurante silencioso, lleno de celulares y con pocas risas. “Sentí que ya no hablábamos el mismo idioma”, me dijo.

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    No es una sensación aislada. Según un artículo publicado en The Conversation (2016), empezamos a perder amigos de forma progresiva a partir de los 25, y ese proceso se acelera mientras avanzan los 20; esa década de edad es una especie de tierra de nadie. Ya no somos adolescentes, pero tampoco adultos consolidados. En esta etapa se redefine todo: identidad, valores, pareja, trabajo. Y eso tiene un precio social. Muchas amistades que funcionaban bajo un mismo código emocional dejan de hacerlo cuando cada quien toma su propio rumbo.

    Y aunque nadie nos lo dijo con claridad, esa es una de las primeras grandes pérdidas de la adultez: darnos cuenta de que los amigos ya no están garantizados. Uno se va del país, otra se casa, alguien cambia de carrera, otra desaparece en un nuevo trabajo absorbente. Y tú te preguntas: ¿es normal sentir que estoy perdiendo a todos mis amigos justo ahora?

    Lo que en la infancia y adolescencia era automático —porque compartíamos espacio y tiempo— en la adultez se convierte en algo que hay que provocar. Una amistad ya no sobrevive solo por el recuerdo o el espacio, necesita mantenimiento. La amistad no es este vínculo místico que une a las personas sin importar el tiempo o la distancia, y es cierto: si ya no se coinciden en tiempo ni en intereses, la amistad deja de ser algo que sucede y se convierte en algo que hay que hacer que suceda.

    Pero no siempre lo hacemos. ¿Por qué?

    Porque estamos agotados. La década de los 20 es emocionalmente intensa. Estamos construyendo identidad, tomando decisiones vitales, enfrentando la incertidumbre de qué queremos ser. Muchos de nosotros cargamos frustración, miedo, ansiedad. Y entre sobrevivir y planear, las relaciones se convierten en otro ítem pendiente. Nos encontramos diciendo “deberíamos vernos” con total sinceridad, pero sin pasar de ahí.

    Además, a esta edad es común haber vivido varias decepciones —traiciones, relaciones fallidas, amigos que dejaron de contestar—, por lo que muchos jóvenes comienzan a protegerse de forma inconsciente. Se evita entregar demasiado, se duda de la reciprocidad, se asume que todo vínculo es provisional, y muchas veces es así, pero esa actitud defensiva impide construir conexiones profundas.

    Adicionalmente, las redes sociales nos dan la ilusión de que seguimos presentes en la vida de los demás. Sabemos que Juan se fue a vivir a Argentina o que Sofía se comprometió, pero hace dos años no hablamos con ellos. El “me gusta” reemplazó la llamada y el café, y la reacción con emoji se convirtió en sustituto del “¿cómo estás en serio?”.

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    A veces, mientras veo fotos viejas, me invade una mezcla de ternura y melancolía. Los extraño, sí. Pero me cuesta reconocerlos. Ya no pensamos igual. Ya no reímos de lo mismo. Y duele. Duele saberse afuera. Duele confirmar que ya no se es parte del grupo como antes. Que hay historias nuevas en las que uno ya no figura. Que ya ni te etiquetan en memes.

    Y sin embargo, a pesar de todo eso, sigo creyendo que la amistad a esta edad es una decisión y un acto de valentía. Es una decisión porque ahora ya no es un impulso del momento, sino un acto consciente: decidir que alguien te importa, y demostrarlo, aun cuando coincidir se vuelve menos conveniente, aun cuando el mensaje no sea devuelto de inmediato, aun cuando las conversaciones ya no fluyan igual, porque la amistad madura y se transforma, sí, pero también exige presencia, no física necesariamente, pero sí emocional.

    Y es un acto de valentía porque no todas las amistades nuevas, o reconexiones con las antiguas, florecen al primer intento. En esta etapa, se trata de sembrar sin la garantía de cosecha. Mandar un mensaje, proponer un plan, retomar conversaciones pausadas. La amistad también es insistencia, no solo química inmediata. A veces no hace falta revivir lo que fue, sino crear una nueva forma de estar. No se trata de volver a ser los de antes, sino de volver a elegirnos ahora.

    Y si no es posible, si el vínculo se apagó sin culpa, entonces agradecer lo vivido también es un gesto de amistad. Decir: “eso fue real y me hizo feliz”. No todo vínculo debe durar para siempre para ser valioso. Algunas personas llegan solo por una etapa. Y está bien.

    En El Principito, hay una frase que me parece clave para pensar la amistad adulta. El zorro, antes de despedirse, le dice: Los lazos que creas te hacen responsable para siempre de lo que has domesticado. Tal vez no se trate de cargar con todos, ni de permanecer eternamente disponibles. Pero sí de recordar, de cuidar con intención, y cuando se pueda, volver.

    Y sí, la verdad es que todos somos reemplazables, pero irrepetibles, esa es la diferencia entre una amistad de conveniencia y una real; que la segunda recordará (o se recuerda) la esencia o presencia con cariño, creo que en eso está la clave para discernir qué amistades valen la pena.

    Preguntar “¿tomamos algo un día?”, ya sea para reconectar con un viejo amigo o iniciar una nueva amistad, puede parecer simple, pero a los 20+ implica lidiar con el miedo al rechazo, la pereza y la inseguridad. Pero vale la pena. Casi siempre, del otro lado hay alguien igual de hambriento de conexión, solo que atrapado en sus propias luchas y temores.

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