Por Andrea García.
Estimado lector, este espacio está construido con las voces de personas que me han compartido sus pensamientos, saberes y andares.
A Beatriz López la conocí hace un par de años que visité su casa en La Ceja. Aquella casa, que hoy es un eco nostálgico de otros tiempos, está atravesada por un largo corredor central que conecta todos los espacios internos y que desemboca en un caluroso solar orlado de animales, árboles y flores.
Cuando se habla con ella, o incluso de ella, es imposible no evocar las plantas. Estas han estado presentes desde su infancia, cuando su papá trabajaba en una hacienda floricultora en El Retiro, en la que, a su vez, vivía toda la familia. Por eso no es de extrañar que con el pasar de los años, junto a sus hermanos, ella hubiese ingresado a trabajar en una empresa especializada en orquídeas, en donde permanece hace ya 44 años.

Joaquín Antonio Uribe (2004) menciona que “las orquidáceas son, entre los vegetales, como los monos en la clase de los mamíferos o como los papagayos en la de las aves: grupo que se distingue por sus formas anormales y sus colores ostentosos” (p. 73). Son tantas sus variedades como sus formas y Beatriz las reconoce sin mucho esfuerzo.
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Ella menciona con facilidad nombres científicos, de esos que uno apenas deletrea con dificultad; expone las partes de las flores como si recorriese un camino que se ha hecho suyo de tanto andarlo y aconseja con paciencia, a quienes, como yo, no saben de cuidados: “Una orquídea necesita buena luz pero no sol directo; buen aire; la humedad depende, si tienen bulbo son más fuertes y más duraderas. Y lo más importante es regarlas con agua lluvia o si no se puede, coger el agua del acueducto y dejarla reposar de un día para otro”.
Al preguntarle por las labores que ha desempeñado en su trabajo, ella narra: “Al inicio, la empresa contaba con un permiso para recolectar plantas en los bosques, en ese entonces no era tan limitante […], íbamos a los montes a extraer orquídeas. Eran como unas expediciones que se hacían a diferentes municipios: La Unión, Mesopotamia, Urrao; yo recuerdo que yo tuve la oportunidad de ir cuando estaban abriendo la carretera de Urrao a Carmen de Atrato, yo creo que hace 30 años, si no es más, entonces pedimos permiso porque tumbaban unos árboles inmensos para poder abrir la vía y en esos árboles se encontraban cualquier cantidad de orquídeas, y en los barrancos; entonces fuimos con unos científicos que venían de otros países y nosotros buscábamos las orquídeas y se las llevábamos y ellos las analizaban con un microscopio en la trompa del carro”.
Ella nunca ha considerado su trabajo como una obligación, sino como una parte esencial de su existencia donde ocupa su mente, sus manos y su curiosidad. Sobre los hallazgos de las expediciones que realizaban hace varios años, continúa diciendo: “[...] Nosotros encontramos muchas especies nuevas que no estaban clasificadas, yo recuerdo. Si yo me encuentro una especie nueva en el bosque la someten a estudio, de que nadie antes que yo la ha encontrado, entonces si nadie la ha encontrado, yo le puedo poner el nombre que yo quiera; los nombres dependen del sitio, de la persona que las encuentra, de la forma de la flor, de muchas cosas, pero uno le da el nombre que uno quiera. Mis hermanos y yo encontramos especies nuevas que están en la empresa, una se llama Lepanthes Jorgé, la otra Lepanthes Pachoi, y la otra que yo encontré se llama Platystele Beatriz”.
Pero no solo las extraían para analizarlas y clasificarlas, es importante mencionar que también hacían salidas para poblar los bosques con las especies que ya habían encontrado, catalogado y reproducido; sin embargo, las personas empezaron a llevarse las plantas de los bosques y la empresa donde trabaja Beatriz dejó de sembrarlas en estos espacios.
Más aún, Beatriz, una mujer caracterizada por su creatividad y el amor a lo que hace, buscaría la forma de acercar a las personas a las orquídeas y su mundo. “Cualquier día nos sentamos a conversar porque aquí en La Ceja mucha gente era gustadora de las orquídeas y tenían dos o tres y uno pasaba y en los balcones veía orquídeas florecidas, entonces dije yo, ¿será una locura medirnos a hacer una exposición en La Ceja? Empezamos a tocar puertas y nos ayudó la Sociedad Colombiana de Orquideología y Colomborquideas”.
Y aquello que ella vislumbraba como una locura, se ha consolidado como una Exposición de Orquídeas, Anturios y Bonsáis que lleva 12 años vistiendo a La Ceja de colores. Formó un grupo con el que se reúne cada año a planear el montaje, a recoger las plantas que se van a exhibir y las que se van a vender durante esos 4 días que dura la experiencia, la cual este año será entre el 14 y el 17 de noviembre. La entrada tiene un bajo costo y todo el dinero que se recauda es destinado a obras sociales, a apoyar asilos y otras fundaciones.
Lo cierto es que, sea en su casa o en sus proyectos, siempre valdrá la pena escucharla y verla rodeada de sus jardines, porque su vida se ha entrelazado con las raíces de esas plantas a las que cuida con devoción y en las que florece su paciencia, su ingenio y su corazón bondadoso.
Referencias bibliográficas
Uribe, J. (2004). Cuadros de la naturaleza. Instituto Tecnológico Metropolitano.
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La prioridad
“La prioridad es entonces combatir desde las aulas esos impulsos de violencia, de autodestrucción (…), a partir del reconocimiento y abordaje de nuestras propias emociones”.
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Platystele Beatriz
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