Más allá del aula: el reto de la educación emocional en Colombia
Resumen: Existe el riesgo de que la educación emocional se convierta en una moda, luego en una materia y finalmente en una cátedra
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La reciente aprobación en el Senado de la República de la ley que establece la Educación Emocional como materia obligatoria en los colegios colombianos, desde preescolar hasta la educación media, es, sin duda, un paso monumental. Por fin, se reconoce que formar seres humanos va mucho más allá de la mera transmisión de contenidos académicos. Implica cultivar la conciencia, el cuidado y la capacidad de habitar la vida con sentido. Es una apuesta que, en el papel, celebra la integralidad del ser y busca fortalecer el bienestar mental, promover habilidades para la vida y prevenir conductas de riesgo desde la infancia.
Este entusiasmo inicial, sin embargo, nos invita a una reflexión más profunda y a un cuestionamiento necesario. Como bien lo plantea Ana Isabel Piedrahíta Mejía, rectora de SER School y una de las voces más influyentes en la educación colombiana, dejar de ver las emociones como un tema secundario y entenderlas como parte central del desarrollo integral tiene el potencial de transformar la forma en que se enseña, se aprende y se convive en las aulas. Pero ¿estamos realmente preparados para esta transformación? ¿Nos quedaremos solo en la teoría o pasaremos a la acción real?
La rectora Piedrahíta enfatizó la urgencia de trabajar la gestión de las emociones desde temprana edad, argumentando que esto nos evitaría un sinfín de situaciones problemáticas de salud mental. Ella nos invita a una introspección necesaria y a reconocer que el aprendizaje emocional no puede limitarse a una clase de una hora. La gestión emocional, afirma, debe ser transversal a toda la formación académica y a cada interacción en el establecimiento educativo. ¿Por qué el individuo solo se emocionaría en la clase de gestión emocional? ¿Dejamos de trabajar las emociones cuando un estudiante pierde un examen o un partido de fútbol en el recreo?
Ana Isabel sostiene que, si bien la noticia de la materia es motivo de alegría, el trabajo emocional debe impregnar cada faceta de la vida escolar. No podemos quedarnos en las emociones básicas; Existe un «ramillete de emociones» que experimentamos sin siquiera conocer su denominación, mucho menos cómo gestionarlas. La pregunta es crucial: «¿Y dónde queda el lenguaje emocional? Lo siento en un punto de mi cuerpo, lo tengo en mi cabeza y luego ¿qué hago con esa emoción?». Es fundamental construir métodos institucionales que permitan a grupos e individuos gestionar sus emociones dentro y fuera del aula, enseñándoles la autorregulación para que, en momentos de crisis, puedan tomar un respiro y regresar serenos a sus actividades escolares.
Este llamado a la acción se intensifica cuando nos confrontamos con la realidad de las interacciones diarias. Cuando surge una riña en el recreo, ¿debemos esperar a la clase de emociones para abordarla, ignorando el manual de convivencia escolar? La rectora Piedrahíta cuestiona la forma en que directivas, docentes y estudiantes deben actuar en el momento de la crisis, y subraya la necesidad de cambiar las preguntas y cuestionamientos de quienes validarán estas emociones. El enfoque no debe ser atacar, sino comprender, entender y tener empatía por el otro. Es un giro de paradigma necesario que va más allá de la mera instrucción.
El reto es inmenso: ¿están los colegios realmente preparados para impartir esta materia? Muchos docentes, como señala la rectora, quizás no sepan cómo gestionar sus propias emociones o afrontar problemas de salud mental. La ley es hermosa en el papel, pero en la práctica, recae en quienes la implementarán. Es imprescindible trabajar con todos los profesores de cada plantel, no solo con quien vaya a dictar la materia. Las directivas deberán impulsar en las escuelas de profes para implementar metodologías, estrategias y programas que doten a los docentes de las herramientas necesarias. «Nadie da lo que no tiene», afirma Ana Isabel; un profesor reactivo no puede impartir este ejercicio emocional de manera efectiva.
El verdadero desafío no es solo implementar la materia socioemocional, sino que los docentes se convertirán en ejemplo de vulnerabilidad y autenticidad. Que los estudiantes ven a un docente que también siente y gestiona sus emociones, porque, ¿quién dijo que el profesor es un superhéroe? La responsabilidad de llevar el lenguaje y el aprendizaje emocional más allá del aula recae también en los jóvenes, para que puedan tener conversaciones difíciles en su entorno familiar y social, enfrentarse al fracaso, la frustración, la tristeza y el agobio, sabiendo que el docente no siempre podrá estar presente en esos espacios.
Este es un inicio prometedor, pero la implementación correcta tomará tiempo. Existe el riesgo de que la educación emocional se convierta en una moda, luego en una materia y finalmente en una cátedra, sin la profundidad necesaria. Si, por facilidad, se asigna al profesor con menos intensidad horaria, se corre el riesgo de caer en un círculo vicioso, donde la verdadera necesidad y preparación de esos docentes no sean comprendidas. La ruta metodológica debe comenzar con la formación y el bienestar de los profesores. Y, finalmente, los padres de familia no deben estigmatizar a los colegios que afrontarán este reto, creyendo que se perderá la calidad educativa. Formar para la vida exige individuos capaces de resolver su vida personal antes que la laboral. La apuesta es grande y el camino largo, pero el bienestar de las futuras generaciones lo vale.
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